ángulos congruentes. martí peran
Adiós, Modelo es un trabajo de encargo con un propósito notarial: documentar el edificio de la Cárcel Modelo de Barcelona una vez finalizada su función penitenciaria. El resultado, sin embargo, lejos de constituir un mero documento aséptico, se desarrolla con un ambicioso talante geométrico en la medida que se ocupa de examinar las distintas figuras y los numerosos indicios que configuran un espacio tan singular. La Cárcel Modelo es, en efecto, un complejo espacial en el que se materializa una suerte de matemática punitiva compuesta de distintos volúmenes, planos y secciones en perfecta correlación que, más allá de sus propiedades físicas, abrigan una poderosa densidad de significaciones. Así, la aproximación que propone Josep M. de Llobet, cual geómetra heterodoxo, multiplica las perspectivas de análisis desde distintos ángulos congruentes. El documento inicial excede así su función notarial y pone en juego, al menos, tres relatos de idéntica hondura y sin relación jerárquica.
Ínterin.
La mirada fotográfica de Josep M. de Llobet , de tiempo atrás, aparece bajo una peculiar comprensión del canónico momento singular : el ínterin. En efecto, en lugar de apostar por la captura de instantes fugaces, ahora se opta por afrontar el tiempo dilatado y ambiguo del mientras tanto, ínterin dos etapas definidas con precisión en el pasado reciente y en el futuro inmediato. Esta decisión poiética constituye el libro de estilo mediante el cual el fotógrafo se acerca al objeto arquitectónico o urbano. Así sucede, por ejemplo, cuando documenta el intervalo de tiempo entre la actividad hospitalaria en el Hospital de Sant Pau y su inmediata rehabilitación (El hospital enfermo); los preparativos para una mudanza (Pastinsky) o el paréntesis de tiempo que detuvo la actividad en Las Ramblas de Barcelona durante el periodo del confinamiento (Rambla). Distintos tiempos intermedios – que no tiempos muertos – que exigen una mirada atenta, precisamente, para detectar la substancia que habita entre lo que ya no subsiste y lo que todavía no se consumó. Así sucede también en Adiós, Modelo, una aproximación a la arquitectura carcelaria cuando esta abandona su función original y se mantiene en espera hasta su reconversión en nuevos equipamientos.
La imagen fotográfica entretanto no se cancela el pasado (los vestigios permanecen como eco vivo) y no acontece el futuro (el mañana apenas asoma como posibilidad sobre un presente vacante) permite repensar la relación entre fotografía e historia. Esta es su verdadera hondura. Mientras la convención sugiere que la dimensión histórica del acto fotográfico reside en la función testimonial basada en la sincronía entre imagen y acontecimiento, ahora puede plantearse esa relación con la historia en otros términos bien distintos. La fotografía resuelta en el mientras tanto ya no es propiamente un testimonio puesto que nada solido y preciso exige ser capturado, nada constituido tiene una voz propia que ha de ser preservada. Por el contrario, esta fotografía de los intervalos, enfrentada a la substancia difusa entre algo que fue y algo por ser, en lugar de operar como una simple garantía de memoria, produce historia en la medida que, precisamente, aúna tiempos dispares en un único régimen visual que los entreteje.
Índice.
Adiós, Modelo respeta los principios fundamentales de la fotografía de arquitectura; pero, como veremos, no lo hace para satisfacer una expectativa documental sino que, por el contrario, aquellos principios se emplean para favorecer una narración. Por un lado, el fotógrafo se aplica con pulcritud en la tarea de dotar de entidad a los espacios contenidos entre muros. La metodología para llevarlo a cabo se podría definir mediante una suerte de distanciamiento; un punto de vista rigurosamente centrado que impone una aparente frialdad a la imagen, cargada de elocuencias derivadas de su presunción de objetividad. Este primer mandamiento se cumple tan a rajatabla que no hace sino redoblar en la reclusión que de por sí conlleva un espacio carcelario. El resultado , a pesar de la insistencia en ofrecer puntos de fuga, es una colección de retratos de estancias repletas de encierro; esa es la naturaleza de las distintas figuras que constituyen la geometría correccional. El segundo principio de la fotografía de arquitectura dictamina que si ese espacio vacío contiene sustancia (el encierro) esta ha de entablar una relación con aquello que lo delimita; solo así, el continente arquitectónico y el contenido que alberga se sintetizan en una imagen. Este segundo precepto lo desarrolla Llobet mediante una deceleración de la visión, una suerte de lentitud que permite, en el interior de ese encierro, subrayar la presencia de numerosos índices. Los índices son las huellas, rastros, detalles e indicios que remiten a una causa para la cual no disponemos de código. En el interior de las estancias de la Modelo, un grafito, una mancha de moho, un rosario y tantos otros índices, conforman un extenso repertorio de señales indexales que, como tales, no pueden propiamente reconocerse fuera de la propia experiencia carcelaria. Los índices no operan como testigos; no permiten trasladarnos al interior de su causa. Frente a lo indexal no se produce ningún reconocimiento; a lo más, se reconoce apenas la indecibilidad del encierro para quien nunca fue preso. Así, de la suma del distanciamiento y la deceleración de la visión, lo que resulta no es un documento sino una descripción, una narrativa que cumple la función de complementar la ausencia de código propia de los índices, aunque solo pueda declarar la inconmensurabilidad de la experiencia del recluido.
Violencia.
Entre los ángulos del análisis geométrico que Llobet propone frente al edificio de La Modelo – denominada así puesto que pretendía cumplir un rol ejemplar para una general reforma penitenciaria emprendida por entonces – se impone también una perspectiva hermenéutica capaz de reconocer las figuras en tanto que espacio afectado. Cada celda y cada espacio comunitario, más allá de aparecer como volúmenes arquitectónicos, evocan la violencia encubierta que los atraviesa: la violencia del derecho. En efecto, nos hallamos frente a una arquitectura carcelaria, allá donde el derecho penal culmina su prerrogativa exclusiva para dirimir el delito, dictar sentencia y garantizar el cumplimiento de la pena. Desde la ortodoxia del pensamiento liberal, el derecho surge para poner fin a la violencia, pero oculta que el imperativo de obediencia que conlleva arrastra consigo la violencia de la venganza. A cada acto reconocido como delictivo le corresponde recibir un daño proporcional por más que se camufle bajo retóricas de inserción. La violencia es una forma de acción que vulnera (violare) la integridad corporal o anímica. La violencia estructural del derecho se oculta pues en múltiples formas punitivas que abarcan desde la obvia privación de libertad, hasta las más sutiles maneras de violentar la vida digna. En Adiós, Modelo, toda esta violencia se hace patente haciendo hincapié en la vulneración de la privacidad. Así lo exponen de un modo inequívoco las citas de los presos que acompañan a las imágenes; pero también en la mera documentación de la transparencia de todas las estancias, opacas hacia el exterior pero abiertas a una vigilancia sin escrúpulo. La tipología panóptica tiene esa función por credo principal: todo a la vista para que el factible monitoreo del comportamiento garantice un comportamiento confiable. Así pues, bajo este ángulo que atiende a las elocuencias del espacio, las fotografías de la cárcel Modelo, lejos de auxiliar una interpretación ingenua del derecho, nos brindan una ocasión para reconocer la violencia que subyace a todo principio de ley.