Arquitecturas en el arte contemporáneo
En el contexto de la cultura contemporánea los encuentros entre arte y arquitectura han sido constantes y muy diversos. Se puede hacer toda clase d’análisis. La perspectiva más simple y más visible es la que se deriva de lo que Chaslin denominó “architectes en désir des artes”: la creciente estetitzación de l’arquitectura, concebida como una operación escultórica a escala. Este fenómeno que quizás comenzó con los “brutalistes” de los años 50 como una réplica a la severidad funcionalista; hoy ya se ha convertido en la dinámica más exitosa de la arquitectura de contenedores que decide las portadas de las revistas y el sky line de las ciudades más guapas. En Barcelona, sin ir más lejos, tenemos célebres “esculturas” de Frank Ghery y Jean Nouvel, los más preciados artistas-arquitectos en el mercado de las administraciones hambientas de modernidad.
Otra perspectiva es posible, naturalmente, la que se produce al invertir la relación: la arquitecturalitzación de la escultura. Este punto de vista es mucho más complejo y sinuoso, en él se solapan muchas expectativas diferentes. En primer lugar, como ha sido estudiado ampliamente (Krauss y sus numerosos epígonos), la arquitectura representa uno de los puntos de vista más productivos para la negativización regeneradora de la escultura contemporánea, donde podrá poner en solfa una reconsideración del paisaje, del territorio, del monumento, del espacio público… El proyecto de Brancusi en Tirgu-Jiu representa el inicio de este proceso desde las convenciones de la historiografía y el minimalismo en su punto culminante gracias, sobre todo, a la riqueza de sus estrategias por traducir la escultura en una ocupación y medición del espacio. La consecuencia más emblemática de esta operación será la emergencia de las “instalaciones”, el resultado directo de sustituir una escultura tradicional como “obra en el espacio” por otra entendida como el resultado de “obrar el espacio”. Con este gesto aparentemente tan ligero, toda la institución artística disfrutó de una época feliz aprovechando la necesidad de espacios disponibles para ser intervenidos directamente por los artistas de la post-escultura. Es la época dorada de los museos que permite que todavía hoy muchos -artistas y museos- puedan vivir de la renta conseguida entonces.
Aún en la vía de las veleidades arquitectónicas de una tradición escultórica, otra perspectiva posible de análisis podría conducir hacia la necesidad “artística” de canalizar la construcción de situaciones que requieren un dispositivo espacial para desarrollarse. Aquí tienen cabida ejercicios muy diversos, desde las ilusiones de un arch-arte en la línea de Robert Morris y su voluntad de crear espacios transitables, hasta las múltiples rehabilitaciones contemporáneas de la tradición del pabellón, en cuanto a espacio multifuncional dónde se pueden ofertar toda clase de servicios o que se puede ofrecer libremente para que sea el usuario mismo quien decida el uso que podría hacer. En este sentido un tanto amplio, se podrían interpretar por igual desde determinados trabajos de Dan Graham hasta toda clase de artefactos para-arquitectónicos construidos por las prácticas relacionales, neo-situacionistas y derivados. El objetivo de acentuar una comprensión del arte como la creación de un potencial de situaciones, de relaciones y de lo que felizmente se ha denominado “nuevas formas de sociabilidad”, exige una previa solución de carácter casiarquitectónico que dé cobijo a estas aspiraciones.
Pero pese a la legalidad de todas estas posibles perspectivas para organizar un análisis de las intersecciones entre arte contemporáneo y arquitectura, susceptibles todas de ser más o menos útiles en visiones parciales, detrás de todas es muy probable que planee una misma cuestión fundamental: la atención a le arquitectura como paradigma de unos programas y unas promesas modernas que la cultura contemporánea, casi como un imperativo epocal, debe revisar criticamente. En este registro es dónde nos parece que hace falta buscar argumentos más elaborados que superen la mera sinestesia entre disciplinas supuestamente específicas.
2.
Las utopías modernas son una promesa de futuro, pero dibujada en el espacio; por ello la narración moderna, con toda su tonalidad messiànica, se desplaza hacia el territorio de la arquitectura en su sentido más vasto y generoso. Desde la aurora de la modernidad y hasta su plenitud (de Filarete a Le Corbusier), el horizonte de un nuevo humanismo regenerador y emancipatorio exigía la planificación de unos escenarios urbanísticos y arquitectónicos oportunos, diseñados con cuidado para garantizar que en su interior se desarrolle una vida en consonancia con la felicidad del programa. Por esta vía y en esta ingenua clave moderna, la arquitectura asume un rol privilegiado, atribuyéndose la facultad de decidir la forma de los contenedores de las ilusiones, orquestadas a su dictado y ajustadas al límite de sus trazados. Todo queda apuntado desde la arquitectura: el hábitat (la máquina de vivir), la dimensión pública y la privada, la zonificación jerárquica del territorio, la movilidad… La arquitectura gobierna así nuestras vidas para mejorarlas. El resultado de esta ecuación está claro: la dimensión temporal de la utopía moderna -en el mañana se diseña ahora dónde se consumará la promesa del bienestar material y espiritual- obliga a una planificación espacial que garantice el adelanto y el progreso hacia a la plenitud y la felicidad.
Frente a este programa tan pre-determinado y aseado, la cultura contemporánea se ha revelado proponiendo otro orden de parámetros. Ahora ya no se trata de continuar pensando el tiempo como la casa futura de la utopía realizada, como la promesa del porvenir, sino que el tiempo de la subjetividad contemporánea se identifica como el presente donde hace falta construir la experiencia y el único sentido posible, pese a que se reduzca a la escasa plenitud de aquello micro-utópico, consumado en tiempo real, aquí y ahora, sobre un espacio vacante que ya no puede estar prefigurado sino disponible para ser ocupado por la versatilidad de las formas de vivir. En oposición a una modernidad sometida a una promesa de futuro que obliga a preparar el espacio, se impone un tiempo real y vivido que necesita dun espacio en blanco para reconquistarlo y ocuparlo con la construcción de la misma experiencia. En oposición a una modernidad de naturaleza arquitectónica, crece una contemporaneidad contra-arquitectónica.
Bajo esta clase de dinámicas, la arquitectura ha pasado a ser objeto de una revisión radical crítica desde el arte y la cultura contemporáneas, denunciando todas sus estrategias para sellar los escenarios supuestamente adecuados para una vida gobernada (el escenario casero de la vida privada y doméstica, el escenario público de una vida colectiva civilizada y segura, el escenario ocioso de un turismo pintoresco, el escenario productivo del trabajo disciplinado…) o, en su turno, construyendo otros escenarios alternativos para una vida real que se querría autogestionar.