barcelona.sábado por la mañana. james elkins ofrece una charla que, según confiesa, tiene el privilegio de poder impartir por todo el mundo. está impaciente por dictarla en china el próximo mes de mayo. a lo largo de unos 50 minutos destripa con cifras y porcentajes los cánones de la historia del arte. su objetivo es demostrar que el arte occidental ha impuesto sus valores de un modo inapelable y que, en consecuencia, la historia del arte atraviesa con demasiada soberbia los tiempos globales sin que a nadie le duela prenda. pero tampoco nadie dudaba de tan elaboradas conclusiones. sucede que las gráficas y los porcentajes se acomodan bien a un auditorio de jóvenes sedientos de acreditación académica. espero impaciente el final de las matemáticas para proceder con mi turno. mi intervención debe empezar puntual porqué embarco a mediodía hacía beijing. la red de puentes entre lugares parece que está en marcha incluso cuando se ensueña consigo y se regocija. antes me veo obligado a especular sobre la melancolía.
salgo de shanghai y escribo esto durante el viaje de regreso a casa. hay una fatiga infinita a lo largo del trayecto hacía el aeropuerto. marcho con un poderoso desinterés por este país incumpliendo las normas globales. sabía de la transformación acelerada de los paisajes urbanos pero desconocía que ya hubiera alcanzado a cubrirlo todo. no es sorprendente. es la consecuencia del mercado libre más absoluto e indecente, junto a una generalizada indeferencia e incapacidad para formular una sola idea propia. deseo que arda en los infiernos la fascinación por el contra-modelo chino. no encontré más que docilidad ataviada en el boulevard. el arte contemporáneo chino, por otra parte, no es más que un ruido en declive para decorar apartamentos coronados con neones. el siglo 19 neoyorkino y la lección setentera de las vegas reunidos con la obediencia ideológica en el umbral de un futuro distópico. me dijeron que el cónsul solo celebra recepciones para jóvenes menores de 25 años y una buena amiga me glosó las bondades fiscales de una cuenta en hong kong. elkins estará presto a llegar a china para impartir su conferencia sobre la amplitud del puente de acero, artístico y ligero, que felizmente nos une a todos. a mi me atrae ponerlo en duda. creo que, sencillamente, vamos dando saltos y no cruzando puentes.
dos meses después. retomo las notas sobre la (otra) melancolía. mi objetivo es resumirlas de un modo comprensible para acentuar una solo idea: el salto al vacío. es una excentricidad, pero me parece oportuno en el marco de esta aventura bridges & borders. sin embargo, hay que dar un rodeo hasta dar con ese salto.
de antiguo, lo melancólico, la desidia y la pereza (habitualmente tumbada junto a animales lentos como los caracoles y las babosas) han sido estados de quietud. la soledad melancólica era una suerte de metodología introspectiva para la contemplación del ángel oscuro. el conocimiento por in-acción. desde ajax hasta la célebre estampa de durero, la melancolía disponía de una solución iconográfica inequívoca: el cuerpo replegado y el rostro de ojos perdidos sostenido con las palmas de la mano. esta atracción por la quietud alcanzó a afectar incluso a nietzsche (véase el retrato de karl bauer); pero, tras él, ya no fue posible estarse quieto. nuestra vida, convertida en la fenomenología de un ataque de nervios, ya no sabe de caracoles. lo ha dicho bloom: la forma contemporánea de dominación es productiva; quiere que vivamos. padecemos el imperativo de tomar infinitas pequeñas decisiones en los ámbitos laboral, emocional, identitario e intelectual de una forma constante. es la dinámica que organiza el consumo. ya no es posible una cultura del proyecto, lento y progresivo, porque no hay donde apostar. la banalización de la política, la indiferencia del arte y la trivialización del saber nos sumergen en la lógica de la perpetua flexibilidad. cada día debo decidir algo. hasta la hiperacción insensata o, en su defecto, la depresión, asíntota cero de la ilusión y el proyecto. la distancia que separa la quietud melancólica de la in-quietud hiperactiva es exactamente la misma que distingue al personaje decimonónico de hawthorne (“en medio de la aparente confusión de nuestro mundo misterioso, los individuos están tan bien acoplados a un sistema, y los sistemas unos a otros y al conjunto, que apartándose solo un paso, por un instante, un hombre se expone al terrorífico riesgo de perder su lugar”) de los epígrafes que acompañan a los dibujos de tobias anderson (you can leave). podemos marchar; debemos marchar. en esta obligación crece la ilusión de nuestra capacidad para levantar puentes hacia todos los lugares. pero quizás solo nos movamos dando pequeños brincos. saltamos constantemente de una condición a otra, de un lugar a otro y “en el instante mismo del goce nos consume el deseo”. a pesar de que el giro continuo produzca la apariencia de un cuerpo sólido (rotative plaque verre), este movimiento alocado no es más que el síntoma de un hombre sin contenidos.
la consecuencia de la hiperactividad capitalista es la fatiga. tras tantas decisiones obligadas pero ligeras, se impone la detención. la fatiga no es más que el instante en el que se impone una pausa para rescatar la naturaleza original de la decisión propia. así como en la ingeniería la fatiga designa la disminución de la resistencia de los materiales al someterlos a un esfuerzo repetido, en el ámbito de lo político la fatiga remite al cuerpo individual que exige el derecho al descanso social. la fatiga no sería pues un vacío análogo a la pasividad melancólica sino, por el contrario, ese modo activo y productivo de nuestra otra melancolía. la fatiga como producción de detención, como el instante donde aquietar a la in-quietud de nuestro perpetuo ataque de nervios. la fatiga como el momento lúcido en el que los pequeños saltos continuados que organizan nuestra biografía se detienen frente al abismo. la fatiga es el miedo 78 de solakov: “hombre desesperado quiere suicidarse, escala una colina, pero encuentra un obstáculo inesperado. no hay agua debajo, solo piedras. es demasiado inquietante y difícil ver las piedras”. al decir de jean amery, el salto definitivo, aunque parezca repleto de impulsos psicológicos, es inaccesible a un examen de este orden ya que rompe con la lógica de la vida y por ende de la psicología; pero la detención frente al abismo del personaje de solakov sí pertenece al ámbito de las decisiones conscientes, solo que ahora desde la lógica de la vida dañada. este salto al vacío no se traduce pues en renuncia y muerte, sino en aceptación de la ambivalencia y la zozobra. la fatiga es la decisión de permanecer arriba, en la cima de la colina del cansancio, permanentemente quieto, convencidos que en ese aparente vacío de la lasitud crece lo verdaderamente nuevo. frente a los menudos saltos de una orilla a otra, histéricos, el tranquilo salto al vacío de, por el momento, no decir ni decidir nada.