CEAL FLOYER. martí peran
Una perfecta ocasión para “tropezar” con el trabajo de Ceal Floyer. A lo largo de la escalera del CASM, cada escalón esta sellado con el pertinente aviso: Mind the step. Hay hasta setenta y ocho ocasiones para percatarse de ello y, a pesar de todo, es muy probable que algunos pasen por alto que están transitando por una “instalación”. Que más da. Menos es más. Es verdad que la intervención concede a cada escalón la naturaleza de objeto escultórico, con su respectiva cartela ad hoc, pero más allá de esta preliminar invitación, el gesto de inscripción de la escalera dentro del contexto de lo que debería ser considerado, la convierte en una fabulosa alegoría. Sí, igual que los clásicos specific objects de Donald Judd se distribuían sobre el muro en una secuencia que podía adivinarse infinita, también cada escalón se comporta ahora como elemento de una frase inacabable. En ambos casos la estructura que entra en juego es la de la columna salomónica del barroco, creciendo en espiral sobre sí misma, sin base ni capitel, de forma que no hay más remedio que aprenderla como fragmento de un continuum inabarcable. La escalera en espiral es en efecto la figura paradigmática del discurso alegórico, aquel que crece sobre sí mismo sin capacidad para designar el mundo exterior. Al fin y al cabo, la escalera del CASM – barroca – solo organiza el acceso al mundo del arte.
La alegoría no es tanto una denuncia de las limitaciones de la representación como, por el contrario, la evidencia, a veces incluso festiva, de que no hay otro modo de conocer las cosas que no sea representándolas y sometiéndolas al juego de la interpretación. No es arbitrario que uno de los últimos trabajos de Floyer (Double Act,2006) se haya centrado en las ambigüedades que subyacen tras el mito platónico de la caverna. Lo mismo sucede con el otro trabajo presentado en el CASM, Overgrowth (Cropped). Lo real filtrado siempre por sus propias sombras y por toda suerte de inevitables manipulaciones. El bonsái es agrandado para rehabilitarlo, pero su escala como árbol natural, en realidad incrementa su artificiosidad gracias al mero hecho de ser una imagen proyectada, cual sombra de sombras.
El arte de Ceal Floyer, es cierto, trabaja con elementos minúsculos y los tensiona con el lenguaje. Intervenciones mínimas y títulos que parecen desmentir lo que registran los ojos. Pero esto no conduce a un arte del absurdo tal y como habitualmente se leen los trabajos de Floyer. Lo absurdo es no percatarse de que se trata de pequeñas tragedias.
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