desvío . martí peran
Mayo de 1956; en el número 8 de la revista Les Levres Nues, Guy-Ernest Debord y Gil J. Wolman publican “Modo de uso del desvío”. Casi sesenta años después cabe preguntarse si todavía los procedimientos de détournement pueden abrir la transición revolucionaria capaz de tergiversar la vida, emanciparla de si misma y convertirla en algo nuevo, merecedor de ser vivido. En otras palabras, ¿“La Revolución” (2012), completamente deshojada, encubre una dimisión o representa un desvío mediante el cual el propio discurso revolucionario es devuelto al grado cero para su perpetuo renacer?.
El desvío consiste en tomar un objeto creado por el capital o por el sistema hegemónico imperante y modificarlo o desplazarlo, para distorsionar su significado original y producir con ello un efecto crítico. Con esta lógica simple, frente a la conversión unánime de todos los medios de expresión en modalidades de relato publicitario, el desvío opera como gesto de contra-propaganda. Así, por ejemplo, el memorable discurso de la “Declaración de la Habana”, al reproducirse mediante 53 revoluciones por minuto – los años transcurridos desde su proclamación – reaparece destituido de su oratoria original para adoptar una apariencia casi enfermiza ( “53 revoluciones”, 2014). Desvío ortodoxo para cuestionar la ortodoxia de aquello – la revolución- que se resiste a adoptar soluciones canónicas.
El desvío puede ser “menor” o “abusivo”. Es menor cuando el elemento objeto de tergiversación no tiene importancia en sí mismo y solo produce significado en su nuevo contexto. Es una buena descripción de la mayor parte de la producción de arte contemporáneo, instalado en la postproducción de insignificancia. Por su parte, el desvío abusivo trabaja con elementos de significación densa que, al ser tergiversada, padece una auténtica reorientación de sentido. Por ejemplo, customizar una moneda de dos euros y poner en evidencia la relación de identidad que subyace entre un sistema autoritario y una monarquía parlamentaria (“Castillo y León”, 2012). Sea cual sea la modalidad de desvío, “la distorsión introducida en los elementos desviados debe ser tan simple como sea posible, ya que la fuerza principal de un desvío está en función de su reconocimiento, consciente o vago, para la memoria”. En efecto, hay que reconocer, aunque sea de un modo ambiguo, aquello que es objeto de desviación para constatar su profanación. En “el mensaje del rey” (2012) a pesar de las rasgaduras, reconocemos al cortejo disciplinado frente a la autoridad; una pátina epocal, hipócrita y siniestra; e incluso reconocemos la alianza entre el poder y los media. Todo permanece allí, latente bajo la impronta del gesto violento que, a pesar de su apariencia estética, no reduce la imagen a un retrato grupal y a una composición formal. El mensaje original de la instantánea, mediante esta intrusión, ya no se detiene en la información (celebrativa) de la coronación, sino que se desvía hacía la memoria oscura en la que reposan nuestros días.
El desvío que interpela abiertamente a la memoria colectiva, en realidad, subraya la convicción de que toda posibilidad se levanta sobre otras que nunca acontecieron. Desviar es, por esta ecuación, no tanto una inventiva como un modo de desocultar; una táctica para dar luz a aquello que no sucedió. Desviar es desplazar lo consumado hacía otro espacio de posibilidad. “Cielo abierto” (2014) es un ejemplo de esta heterodoxia temporal que ilustra a la perfección la potencia del desplazamiento de posibles. La anarquitectura de Gordon Matta-Clark se emparenta con la iconoclastia revolucionaria con una naturalidad y vecindad radicales. El desvío altera así el orden de los acontecimientos, rompe la linealidad histórica y propone analogías que permiten nuevas interpretaciones del presente pasado. Casi todo ya ha pasado. La coreografía que demarca un territorio conquistado se repite con indiferencia en Vietnam, Irak o Bielorrusia (“Flaggeds (marcados)”, 2014). Al ocultar las insignias de cada acto de demarcación, se desoculta la estrecha relación entre cada uno de ellos. Las banderas ausentes podrían intercambiarse. El desvío, en efecto, no consiste en la mera impostura de “pintar un bigote a la Mona Lisa” sino que ambiciona una profunda alteración de los tiempos históricos capaz de hacer estallar la ilusión del progreso.
El desvío, sin embargo, no puede detenerse en su función poética como pretende la teoría literaria (Jean Cohen). No es una metodología para el arte por la misma razón que todo desocultamiento conlleva una nueva formalización que oculta aquello revelado. Nadie analizó que Platón pudiera tener una dimensión situacionista. Quizás sea un desvío ultra-abusivo. Una heterocronía desmedida. En cualquier caso, el desvío debe tender hacía el “ultradesvío”; es decir, su aplicación a la vida social cotidiana. El desvío es un aprendizaje para ejercitarse en la emancipación de los significados y del sentido de la historia. El desvío es solo una transición. Una vez adiestrados en este juego de desplazamientos, hay que instalar el desvío en el interior de los códigos de la experiencia. Cada acto y cada palabra pueden adoptar sentidos inesperados que cuestionen las normas del contrato social establecido. Llevar el desvío a la vida es el verdadero reto: dimitir de la esperanza en la transformación y desplazar la vida a un lugar de auténtica distinción. La transición continua sesenta años después.