Oriol Vilanova. “Domingo”. Fundació Antoni Tàpies, Barcelona.
martí peran
Hace ya tiempo se dijo que buena parte del arte contemporáneo, por aquello de la “postproducción”, se hace a partir de los desechos de la hiperproducción semiótica que ha convertido la cultura en un enorme mercado de las pulgas: todo es un reciclado de obra previamente producida, abandonada y en situación de espera para regresar a la esfera de la circulación. Bajo esta suerte de sombra alargada del vandalismo estético de Asger Jorn; Oriol Vilanova opera, de forma literal, como artista trapero. Cada domingo – de ahí el título de la propuesta- el artista acude con puntualidad litúrgica al mercado de la ciudad donde se encuentre -Bruselas, Barcelona, Paris,…- para adquirir postales de lo más diversas, atraído exclusivamente por el magnetismo de ciertas imágenes. “Domingo” es una instalación que reúne, en las dos plantas de la fundación, la colección completa conformada hasta la fecha por unas 34.000 postales. La peculiar enciclopedia visual cubre por completo los muros de la sala en un corrido continuo que, a primera vista, solo se organiza mediante unas vivas franjas de color que, mediante el horror vacui, parecen parodiar el rayismo de Buren. Solo una mirada atenta y cercana descubre las series que organizan el conjunto del inmenso panel. Las hay sobre imágenes y asuntos absolutamente dispares: barcos, banderas suizas, atardeceres, visiones aéreas, capiteles, plátanos,….La serie “Inclasificables” es la más variopinta y de ahí que sea el detonante de todas las series posibles: cuando alguna de las imágenes que la componen lo reclama, escapa de su condición difusa e inaugura una serie coherente. Con esta metodología de trabajo se garantiza que nada pueda considerarse completado; a pesar de que todas y cada una de las series pueden detenerse y quedar cerradas en cualquier momento o, en su lugar, desplazar sus unidades hacia otra serie distinta. Toda clasificación, en definitiva, ha de interpretarse como una invitación a la reclasificación.
Clasificar y reclasificar ya lo hicieron Bouvard y Pécuchet; pero así como los personajes de Flaubert no consiguen sortear los laberintos de la contradicción, ahora de lo que se trata es de consagrar el territorio entre la Repetición y la Diferencia como el lugar natural de lo narrativo y, por ende, de lo histórico. Una imagen por si sola no es más que una cita sin contexto – a Oriol Vilanova no le interesa voltear las postales y dejar al descubierto los textos muertos ni sus destinatarios – pero la repetición de alguna de sus características infinitas – el objeto, el tema, el punto de vista, el fondo,…- en otras imágenes, restituye para el conjunto una narratividad específica. Ningún fragmento regresa al todo del cual procede pero, gracias a su repetición diferenciada, deja de añorarlo y escribe un nuevo relato. Cero nostalgia a pesar de la pulsión arqueológica que late tras el coleccionista. Por otra parte, cada una de las series se hace histórica en el sentido más profundo : ya no tanto por capturar escenarios o momentos caducados (la célebre condición órfica de toda fotografia) sino por la estricta materialidad de cada imagen en la que permanece inscrito el curso del tiempo, la historia de la visión y la historia de la impresión.
Aunque pueden pasar desapercibidas – como necesariamente ocurre con la mayoría de las postales del conjunto – en “Domingo” hay otras pequeñas intervenciones más allá del mural atlántico. Entre ellas, “Para ser preciso”, en un rellano de escalera, almacena el mismo número de postales distribuidas sobre el muro pero ahora apiladas y comprimidas por su propio peso. El resultado es un volumen de apariencia escultórica que redobla en la reversibilidad del congregar y disgregar que ya ponía en juego la instalación central. Coleccionar es abrir un espacio de congregación de lo similar que, a medida que se desarrolla, no puede sino abrir nuevos terrenos de disgregación narrativa. Por la misma ecuación, exhibir la totalidad de la colección es muy parecido a invisibilizar sus contenidos específicos. Si antes la colección estallaba en numerosos relatos, ahora enmudece por su mismo volumen.