ejercicio de ocupación espacial para tratar de decir rápido que el espacio se construye despacio. martí peran
Esta publicación ha sido diseñada con antelación a la redacción de estas notas, con una previsión de espacio para ser ocupado con un texto sobre el espacio. Pero aquí hay mucho espacio, así que lo mejor será empezar por reconstruir las propias argumentaciones curatoriales que Artemio y Ximena Labra me han facilitado sobre los criterios que organizan la topología de esta experiencia expositiva para, al menos, no sufrir una innecesaria congestión de ideas. “Perdidos en el despacio” es el producto de una reunión de trabajos de artistas procedentes de Ciudad de México, una megalópolis paradigmática de la densidad demográfica, de la intensidad subjetiva y de la imprevisibilidad infinita que caracteriza al espacio urbano contemporáneo. El Distrito Federal, por la naturaleza desmedida de sus dinámicas espaciales, exige para sus habitantes, al decir de sus comisarios, una actitud ingeniosa y paciente para “subsistir despacio”. Para dar cuenta de ello, la muestra se organiza en seis ámbitos para otras tantas tipologías espaciales. El orden de las mismas es en realidad aleatorio: la “Transformación del espacio” es literalmente ejecutada por Tercer1quinto al reducir el espacio expositivo en un 50%; la caracterización del espacio por su “Uso” se encarna en el “Ejercicio de control # 2” de María Alós que exige del público unos protocolos de comportamiento en el interior de la sala; la “Apropiación abusiva” se ilustra con el video de Gonzalo Lebrija sobre los maltratos que reiteradamente padece el “Chavo” y con la irónica intervención de Artemio que certifica toda la exposición como un producto “Made in China” ; el espacio “Idealizado” se consigue con la decorativa escultura de filamentos de caucho anudada por Adriana Riquer y sus amigos en sucesivas y caseras “sesiones nudistas”; la “Falta de espacio” se certifica mediante las saturadas fotografías de Daniela Edburg donde se multiplica a sí misma en escenarios domésticos y, a su vez, por las claustrofóbicas imágenes de ventanillas de avión en los trayectos hacia “otro espacio” de Ximena Labra; por último, la posibilidad de “Trascender el espacio” se consigna con las chanclas fijadas sobre el piso de Edgar Orlaineta y con la estructura de alambre de Luciano Matus que por unos días alteró distintas zonas de la ciudad antes de reposar en el interior de la sala. Cada uno de estos capítulos, así como los trabajos que los ilustran, requieren de una lectura más elaborada que esta somera y neutra descripción; pero esto nos lo reservamos, aunque sea de forma subliminal, para nuestra argumentación detallada (despaciada), en la que intentaremos explicar con rapidez como nuestra cultura ha corregido su filosofía del espacio hasta llegar a una noción diseminada del mismo que obliga a reflexionarlo y gestionarlo desde, por ejemplo, estas distintas caracterizaciones que la exposición pone ahora en juego.
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La tradición moderna más articulada, la que se encarriló con la concepción euclidiana del espacio renacentista, más allá de conseguir con ello un elemento de corrección formal para satisfacer el ideal de la correcta representación, se empeñó en concebir el espacio desde una perspectiva esencialista por la cual, precisamente porque el espacio existiría en sí mismo, es imprescindible codificar los modos de enmarcarlo para sujetar lo que acontece –se dispone- en su interior. Esta ilusión no solo padece veleidades de cientifismo sino también de orden metafísico: el espacio tendría una naturaleza ontológica propia por la cual debería entenderse como el escenario donde aparece el ser. Esta noción es la que subyace, por ejemplo, en la literatura heideggeriana (“Arte y espacio”, 1969) cuando felizmente imagina que junto al resto de individuaciones que se resuelven sobre el espacio, la escultura vendría a representar la encarnación misma de los lugares. Las cosas son en el espacio y la escultura es el cuerpo que lo funda. Desde esta consideración, por suerte hay todavía mucha estatuaria monumental por doquier, incluso en Ciudad de México, así que habrá espacio para todos si sabemos cobijarnos adecuadamente bajo la sombra de nuestros libertadores.
Las sospechas frente a esta noción apriorística del espacio se cuajaron con lentitud y con timidez. Hasta tal punto fue así, que incluso una voz tan autorizada como la kantiana tuvo que esperar a las elucubraciones fenomenológicas y a las investigaciones constructivistas para ser escuchada con el suficiente respeto. La referencia para sintetizar este proceso podría reducirse al célebre ensayo “El Espacio (Der Raum)” (1921) de Rudolf Carnap, donde la distinción con bisturí entre el espacio “formal”, “percibido” y “fisico” intentan asentar las bases para una comprensión del espacio desde la experiencia del mismo. El giro parece liviano, pero tiene su importancia. Ya no parece lícito pensar el espacio en sí mismo sino por medio de los modos de estar en el. El espacio ya no es tanto el supuesto lugar natural de las cosas, sino aquello que se constituye a partir del modo de verlas y vivirlas. Sobre esta nueva perspectiva se suceden pequeñas revoluciones sobre la idea del espacio : El Lissitzky se apresura a flexibilizar los modos de experimentar el espacio desde lo “planimétrico” hasta lo “imaginario”, abriendo una brecha que será explorada con todo lujo de detalles por Gaston Bachelard (“La poética del espacio”,1958); la Fenomenología francesa y afrancesada, por su parte, impondrá definitivamente el giro desde la tradicional idea del espacio donde las cosas estarían para ser vistas hacía un nuevo espacio como el lugar instaurado por la experiencia de ver a las cosas, favoreciendo así el despliegue de toda la poética minimalista como un ejercicio literal de puesta en escena en la que, la misma figura cúbica, se verá de un modo distinto según la ubicación de cada espectador. Para llegar a la ultima versión del espacio, donde este pierda ya toda contingencia neutral, sólo faltaran los aportes de algunos bad boys como Matta-Clark o Dan Graham., atentos a denunciar la supuesta existencia de ningún espacio previo a lo político y cultural. Pero esto exige ir más despacio.
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Perdidos en el despacio sugiere, inequívocamente, que el espacio ni existe previamente en términos absolutos ni dispone de una débil existencia que se experimenta al ver en él a las cosas; el espacio sólo se construye con acciones y relaciones pacientes, espaciadas y despacio. Nadie se pierde en un espacio inexistente; pero todos estamos sujetos a perdernos en la vorágine de esfuerzos, de ilusiones, de reacciones y de ciegas posibilidades de construir, casi siempre sin oficio, nuestro espacio.
En el mejor de los casos (Pierre Bourdieu) el espacio es el resultado de una colectiva construcción cultural a la vez que la cultura se articularía como una colección de distintas relaciones espaciales. Quizás por eso sea pertinente construir una idea del espacio desde la compleja condición de habitante del Distrito Federal. En cualquier caso, hoy solo hay lugar para un espacio performativo, constituido en los modos de hacerlo y ocuparlo, ya sea con obediencia o con imaginativa indisciplina. El espacio es así una práctica, de ahí que las célebres “especies de espacios” que propusó Georges Perec (1974) anduvieran a la par con su desmedido esfuerzo por describir las distintas estancias de una finca parisina en “La Vida instrucciones de uso” (1978). Los espacios se construyen con nuestras vidas sexuales, sociales, políticas y domésticas, ya sean estos espacios ocasionales o pétreos, públicos o privados, artesanales o mediáticos. Al afirmar que la “la vida es pasar de un espacio a otro haciendo lo posible para no golpearse”, en realidad Perec no hablaba de la contínua mudanza entre lugares, sino de la inapelable necesidad de construir constantemente nuevos lugares con el peligro de fracasar en algún momento de esta incesante conquista. El espacio del sueño se construye al armar nuestro lecho así como la democracia se construye con los pies ocupando espacios (David Harvey); y en la infinita operativa posible de nuestras prácticas espaciales nos acecha, inevitablemente, la fatiga y el fracaso. De otro modo, nos reduciríamos a gatos siempre prestos a acomodarnos en “un rincón propicio”.
El espacio del sujeto contemporáneo esta siempre construido y por eso mismo puede recontruirse. Si existiera por si mismo solo cabria enmarcarlo y reconocer las reglas de su composición. Hoy se trata de aceptar los protocolos sociales, económicos o de género con los que ha sido construido o, en su lugar, deconstruir criticamente estos mismos códigos para autoconstruirse (despacio) un espacio propio. No es un juego de palabras. Para gobernar nuestras vidas se han construido unos espacios muy determinados, predeterminando nuestra movilidad y anticipado los escenarios de la felicidad (el espacio familiar y domestico), del ocio (el mismo espacio doméstico pero en otro lugar lejano y soleado) y del trabajo (el espacio ergonómico dotado de las necesarias dosis de información para la producción). Naturalmente existe la posibilidad de adecuarse como un felino a estos espacios dados, pero la instrucción sobre la naturaleza práctica del espacio permite aventurarse a pasar a la acción: transformar el espacio mediante un corte – una reducción del 50%- que explicita la capacidad reguladora de la lógica arquitectónica; fundar el espacio a partir de una literal codificación de las prácticas que se exigen en él (“Ejercicio de control # 2”); reconocer que estas normas de uso que construyen todo espacio pueden derivar en abusos dictados desde una orden social (“Todos contra el Chavo”) o económico (“Made in China”); construir un espacio propio mediante unas practicas inútiles y ajenas a la productividad convencional (“Jardin del ocio”); preparar y alimentar la construcción de espacio desde la misma ansiedad de no disponer de él (“Being Daniela Edburg” y “Permanezca sentado.Proyecto aviones”) o, finalmente, identificar el espacio con la potencialidad de construcciones posibles desde el vacío (“The World is my sole” e “Intervención”).