Megafone.net se inició en 2004 en Ciudad de México y hasta la fecha acumula trece episodios en otras tantas ciudades. En cada ocasión se reproduce el mismo protocolo de trabajo: una vez localizada una comunidad desfigurada por los estereotipos y sometida a algún régimen de discriminación, se instruye a los participantes en el uso de la tecnologías móviles y se organiza una suerte de consejo de redacción que define las pautas para que, a partir de ese momento, los miembros de la comunidad alimentan un espacio en red desde el cual autogestionan su representación. Así, mientras los medios tradicionales han impuesto sobre estos colectivos un imaginario que los instala en los bordes de la exclusión, ahora los propios integrantes de estas comunidades estigmatizadas pueden elaborar su propio autorretrato colectivo sin ningún filtro ni intermediación a la hora de dar visibilidad a sus problemáticas específicas.
La exposición da cuenta de todos los proyectos animados por Megafone.net a lo largo de su periplo de diez años. En este dilatado tiempo, han participado de la iniciativa colectivos tan dispares como la comunidad gitana de Lérida y León, las trabajadoras sexuales de Madrid, los refugiados saharauis en Algeria, los colectivos de diversidad funcional en Barcelona, Ginebra y Montreal, los inmigrantes en San José de Costa Rica y Nueva York o – quizás los proyectos de mayor repercusión – los taxistas de Ciudad de México y los motoboys de Sao Paulo. Como exige la naturaleza del proyecto, la exposición es poco más que un espacio de consulta y, sobre todo, de acceso a los registros colgados en la red, mediante canales individuales y colectivos, a través de este megáfono digital por todos sus protagonistas. Megafone.net no acontece en el museo sino en la interacción explícita entre la red y la esfera pública. Sin embargo, la operación de recapitular la iniciativa en el interior del museo tiene un sentido mayúsculo en la medida que permite abordar, de manera frontal, algunos de los problemas que atraviesan las prácticas culturales contemporáneas. Por un lado, a pesar de la ingente tarea que conlleva para Antoni Abad resolver los preparativos y coordinar la puesta en marcha de cada experiencia, la noción de autoría se ve desplazada hasta extremos radicales. El artista es poco más que un agente productor de servicios y, sobre todo, un mediador capacitado para desviar unos fondos de capital real, inicialmente orientados a la alta cultura, hacía unos escenarios sociales condenados a una condición periférica. Esta desviación, preñada de carácter político, adquiere además una dimensión estética cuando se convierte en el gesto metodológico de subvertir las herramientas ideadas para fines más convencionales y, sobre todo, para otro tipo de productividad más acorde con las expectativas del capital tecnológico. Por otra parte, Megafone.net es un excelente modelo para ahondar en algunas de las tensiones que afectan a los procesos de emancipación en el marco del capitalismo posmoderno; por ejemplo, la necesaria consciencia de que la articulación de una red social interconectada puede actuar como un eficaz agente de transformación social, pero lidiando constantemente con la evidencia de que esta suerte de subjetividad amplificada compone la misma base de la producción y el consumo de los nuevos bienes no materiales del capital. En otra perspectiva, la articulación de hipertextos – un cuerpo de materiales textuales y visuales interconectados en un entorno interactivo – así como multiplica los posibles modos de sociabilidad, también acelera el delirio hacía una posible desaparición irreversible de la realidad. Todas estas tensiones permanecen latentes en los proyectos auspiciados por Megafone.net , pero el optimismo que subyace al proyecto es absolutamente legítimo y ello por una razón que se nos antoja fundamental : la escala de cada proyecto concreto, ponderada en función de unos usuarios específicos en un lugar determinado.