Recetas urbanas.
Martí Peran
¿Por qué iba a titularlo de otro modo?; Santiago Cirugeda lleva más de diez años operando mediante una radical arquitectura empowerment con sus recetas urbanas. En esta ocasión, el pabellón es un eficaz espacio de uso, pero ante todo es una provocación y un estímulo para la solución autogestionada de una necesidad y de un deseo: disponer de un habitat de bajo coste, susceptible de resolverse por autoconstrucción. De ahí que las instrucciones sean incluso más importantes que el prototipo en sí mismo. Esta es una característica fundamental de todas sus recetas, están a disposición de uso público cual herramientas para que la ciudadanía reconquiste el comando en el ejercicio del derecho a la ciudad.
El denominado Estado del bienestar no garantiza el derecho al acceso a una vivienda digna apelando a las lógicas de mercado; impone una presión ideológica aplastante contra toda recuperación del espacio público como lugar relacional; homogeneiza el espacio en beneficio de un continum organizado entre el trabajo, el consumo y el recreo ideado para una clase media neutralizada; gestiona la ciudad como un patrimonio espectacular para un consumo pasivo y turístico; y, como culminación de esta colección de despropósitos, desactiva a la ciudad como espacio político derivado de la coexistencia de prácticas contiguas en beneficio de un modelo único. Frente a estas anomalías, no solo es lícito explorar todas las fisuras de la legalidad para poder dar respuestas alternativas (algo que Cirugeda ha desarrollado en numerosas ocasiones), sino que incluso se impone una suerte de violencia defensiva en forma de sabotaje y desobediencia, abandonando la disciplina prevista y actuando fuera de la lógica de cualquier mediación. En esta operativa insurrecta, Santiago Cirugeda ha ideado “casas insecto”, “sábanas rígidas” y toda suerte de lo que denomina “proyectos dobles ocultos”. Quiero una casa no es en sí mismo un trabajo de desobediencia social, pero esta lícita posibilidad está a disposición de aquellos agentes que decidan apropiarse de la receta y en función de los lugares donde la ubiquen y/o de las temporalidades con que lo hagan.
El valor de uso de las recetas urbanas se explicita en una doble dimensión: como producción de espacio polivalente para ser ocupado en términos reales y, como hemos expuesto, en calidad de receta de dominio público. Esta compleja naturaleza de las recetas urbanas las convierte, así mismo, en propuestas insurgentes en una perspectiva literalmente micropolítica. En efecto, al comprender la arquitectura como una agencia generadora de unas practicas individuales, no sólo la disciplina en sí misma se agita como renovado mecanismo de sociabilidad, sino que incluso se convierte en una eficaz espoleta para que no reproduzcamos los modos de subjetivazión dominante sino que estos sean renovados mediante procesos individuales y creativos. Frente a los protocolos que gobiernan nuestras vidas, las recetas urbanas abren la posibilidad de inventar modelos flexibles en una nueva interpretación de todas las viejas categorías. La calle, el espacio público, la casa, la ciudad misma; todo es susceptible de ser reformulado subjetivamente con estas recetas preñadas de reversibilidad, ligereza, reciclaje e ingenio; una suerte de débiles cualidades que, precisamente por ello, pudieran permitir una efectiva reconquista política del dominio urbano.