Xavier Arenós. La presencia y la ausencia. IVAM. Valencia, 2017.
1.
A la cultura contemporánea le incumben muchas e ingentes tareas. De una parte está obligada a abordar sus deslizamientos hacía el consumo masivo y su consecuente banalización. Jamás los museos disfrutaron de las aglomeraciones que hoy los inundan y, sin embargo, nunca hubo tantos actores pasivos en sus dependencias por más que nos obstinemos en discutir sobre la mediación. En un segundo frente, la producción cultural debe asumir su progresiva conversión en paradigma de los nuevos formatos del trabajo, alejado definitivamente de la fábrica e identificado con la genialidad emprendedora o, en su defecto, con la precariedad generalizada. Todo trabajador está hoy obligado a ser creativo o queda desbancado en los márgenes económicos y sociales de la productividad. En este contexto y casi como una paradoja insalvable, la cultura debe, a pesar de todo, ofrecerse como herramienta para actualizar permanentemente nuestras nociones de valor o – lo que viene a significar lo mismo- emanciparnos de cualquier valor que pretenda perpetuarse. En realidad, la difícil combinación de todos estos factores no hacen sino promover un enorme escepticismo frente al quehacer cultural de nuestros días. En otras palabras, ¿cómo puede la producción cultural lidiar simultáneamente con la exigencia de público masivo, su nuevo perfil como modelo laboral y, al mismo tiempo, ayudar a liberarnos de toda subordinación?. Nos apresuramos a avanzar que este interrogante tan vasto no es el objeto de este texto. Nuestra propuesta es más humilde pero arranca desde la misma salida que podría desencallar aquel atolladero: la cultura contemporánea sólo podrá conservar su vocación emancipadora en la medida que, en primer lugar, reconozca, se sumerja y se pronuncie en relación a aquellas cuestiones que hieren a su tiempo. En efecto, a cada momento le corresponden una serie de imperativos frente a los cuales es menester tomar posición y la producción cultural debe actuar como un actor principal en este pronunciamiento. Es en esta perspectiva que adquiere sentido aquella sentencia según la cual solo es contemporánea aquella cultura que aborda la contemporaneidad y no cualquier quehacer creativo que nos sea coetáneo y, en consecuencia, es también en esta tesitura que la tarea más ineludible que le corresponde a la producción cultural es la de reconocer los imperativos que hoy nos obligan y atravesarlos de algún modo. Este marco de acción es lo que se ha denominado “ontología de la actualidad” para ahondar en la convicción de que lo fundamental no es dar con una verdad, sino analizar el sentido y la dirección de aquello que nos sucede .
A nuestro juicio, la arena en la que hoy nos jugamos la partida por una vida digna la componen tres frentes distintos. En primer lugar, es imprescindible continuar el desarrollo de una crítica de la vida cotidiana en la medida que los modos hegemónicos de dominación y de explotación se han instalado de lleno en el tiempo ordinario. En efecto, ya no es posible distinguir entre un tiempo de vida y un tiempo de trabajo sino que, por el contrario, todo se fundió en un solo vivir entregado a la tarea alienante de producirse y consumirse a sí mismo. De ahí que sea imprescindible desplegar una crítica de la vida capaz de reconocer esta nueva lógica de subordinación y las posibles tácticas de liberación que pudieran hacerle frente . En segundo lugar, y a la par con la irreversible crisis institucional y su tradicional función de representación, es imprescindible desarrollar una inventiva de lenguaje y tomar con ella la palabra. El universo tradicional de nociones de sentido que se fraguaron a lo largo de toda la modernidad y que han forjado el modelo de cohesión social (libertad, trabajo, seguridad, propiedad, tolerancia, …) ha quedado obsoleto por excesivamente parcial y se ha arruinado por su interpretación unilateral desde el prisma capitalista . En este escenario en el que el relato institucional ya no puede ejercer su función representativa en relación al interés común, es imprescindible volver a tomar la palabra para expresar nuevos horizontes de expectativas. Necesitamos un nuevo lenguaje para rediseñar el espacio común, para redefinir las reglas de juego que podrían organizarlo y para reformular el modo en que se encarna nuestra propia libertad individual . El tercer imperativo que a nuestro entender debemos abordar es el que va ha ocuparnos de inmediato: pensar el tiempo de tal modo que pueda rehabilitarse alguna suerte de futuro. Esta enorme cuestión tiene muchos y complejos matices, pero vaya por delante la convicción de que su abordaje se solapa necesariamente con las tareas anteriores. En efecto, es el modelo imperante de vida lo que proclama una dictadura del presente que obstruye la oportunidad de pensar un mañana distinto y, por el otro lado, no habrá la menor posibilidad de abrir todo aquello que todavía no ha sido sin un lenguaje renovado que lo acompañe. La crítica de la vida cotidiana, el gesto de tomar directamente la palabra y la necesidad de reabrir el futuro, son operaciones complejas que requieren de estrategias específicas; sin embargo, también han de conjugarse de forma simultánea para conquistar algún grado de eficacia.
2.
Si persistimos en el análisis de la vida cotidiana, será posible desmenuzar la urdimbre de líneas de fuerza que nos instalan en una suerte de condición de presente perpetuo que reduce la idea de futuro, en el mejor de los casos, a la ilusión de una repetición infinita de lo conocido. La exigencia de actualización en todos los ámbitos de nuestras vidas es, a pesar de todo, incapaz de esconder que toda actualidad no es sino un vacío entre acontecimientos ; de ahí la áspera consciencia de nuestra pobreza de experiencia. Permanecemos sumidos en una movilización interminable en el interior de la cual, paradójicamente, nada sucede. Pero esta apoteosis del presentismo responde a unas determinadas lógicas políticas, económicas y tecnológicas y, en consecuencia, podría ser revertido. Para ello, sin embargo, se antoja imprescindible volver pensar el tiempo histórico para comprobar qué posibilidades de conjugarlo podrían, como exigía Nietzsche, auxiliar a la vida .
Los convencionales modos de recordar no parecen responder a esta exigencia. El generalizado interés por el pasado a penas se corresponde con una mera estrategia compensatoria, de naturaleza nostálgica, para paliar el vacío derivado de la ausencia de futuros. Pero el giro historiográfico también se alimenta de otros ingredientes que no pueden pasar desapercibidos. En primer lugar, se enmarca en la revisión que ha sufrido la filosofía de la historia en las últimas décadas y en la función política que ha adquirido el problema de la memoria. Por otra parte, la mera necesidad de incrementar el perímetro del consumo también ha acelerado la articulación de nuevos y perversos modos de transacción con el pasado al modo de remake. Todas estas razones han provocado un obsesivo despliegue del impulso arqueológico que, de manera muy especial, se hace visible en distintos ámbitos de la cultura contemporánea. En esta tesitura, demasiado a menudo asistimos a una pulsión museográfica de baja intensidad, obsesionada en levantar actas de cualquier pasado, confundiendo la corrección de un presente vacuo con su capacidad para escuchar los ecos de la historia. Frente a esta realidad, se antoja imprescindible discernir entre los modos de recordar que se reducen a la práctica de una memoria en bruto, retrospectiva e indiscriminada y aquellos otros modos de recordar que abrigan una vocación prospectiva capaz de sacudir el presente y, por ende, de abrir el futuro.
Hoy necesitamos de una crítica del instante – mediante la inventiva de lenguaje capaz de desarrollar nociones como el acontecimiento, el anacronismo o la repetición – apta para conciliar el pasado, el presente y el futuro en una suerte de tiempo-ahora explosivo. Hay que excavar el porvenir para que el vuelco hacía el pasado ya no sea regresivo, sino que comporte la introducción de una discontinuidad sobre el presente hasta transformarlo anunciando algo nuevo. Solo este modo de hacer volver el pasado puede provocar que todas las formas del tiempo, más allá de la tradicional secuencia que distingue lo anterior, lo actual y lo venidero, se instalen en el plano único del ahora. Esta poderosa encrucijada es la que constituye el instante como enclave de memoria y de promesa al mismo tiempo. La urgencia de recomponer la idea de futuro, lejos de restituirlo en el marco de un tiempo rectilíneo, quizás podría resolverse mediante esta apertura que comporta substituir el mero recordar por el volver. El volver del porvenir.
3.
El instante siempre contiene el espesor de una intensidad. Pero la crítica del instante competente para acoger el porvenir no es aquella que sobrecoge a Fausto frente a la plenitud fugaz – detente instante! eres tan bello! – sino la de carácter intempestivo que describe Nietzsche : “Es asombroso : ahí está el instante presente, pero en un abrir y cerrar de ojos desaparece (…). Sin embargo, luego regresa como un fantasma perturbando la calma de un presente posterior” . Frente al instante convencional, repleto pero efímero, hay otro instante portador de una duración que inyecta al tiempo una incoherencia radical. Benjamin también lo reconoció en sus célebres Tesis sobre la Filosofía de la Historia: el acontecimiento fundamental siempre está sucediendo. De ahí que la repetición deba ser concebida como la categoría fundamental en la filosofía del futuro .
La repetición nada tiene que ver con la memoria ni con la representación. Mientras la historia tradicional reduce el pasado a la condición de objeto para la reminiscencia y la perpetuación de los hábitos, la contrahistoria fundada en el instante que se repite nos instala en el auténtico devenir que pertenece por igual al pasado y al futuro. La historia convencional, en definitiva, detiene la historia en la medida que obstaculiza cualquier disrupción y consolida la lógica de las herencias. En su lugar, el instante que regresa y se repite, actúa con la fuerza del devenir que abre en cada ocasión la posibilidad de un tiempo nuevo. El instante intempestivo que retorna, en efecto, trasciende su condición de presente cual mero episodio de un tiempo todavía lineal e insensato, para irrumpir en cada ocasión como una novedad. Lo nuevo mismo no es sino el retornar del porvenir . El eterno retorno del por-venir. Esta es la única razón y la única perspectiva mediante la cual han de invocarse la revolución y la vanguardia. No como sombras antiguas que recuerdan un tiempo mejor sino como hiatos que siempre nos conducen a una estrella.