Wilfredo Prieto (arte para tropezar) . Martí Peran
En 2005 Wilfredo Prieto (Sancti-Spíritus, Cuba,1978) presentaba en Barcelona su primera exposición individual fuera de la isla. En aquel momento, debido al impacto que había causado la instalación Apolítico en la Bienal de la Habana de 2001, su trabajo era seguido con atención a pesar de que se prodigaba muy poco. En estas mismas páginas tuvimos ocasión de dedicarle entonces una breve nota (Exit Express 9, febrero 2005). Desde aquel momento y hasta el día de hoy la fotografía se ha modificado sustancialmente. En España, el CAS2M y el MARCO le dedican este año la primera retrospectiva y el Museum of Contemporary Art de Detroit anuncia todavía otra. Por el camino, los reconocimientos y la participación en eventos internacionales de envergadura han sido continuos.
La obra de Wilfredo Prieto se forjó a la sombra del colectivo Galería DUPP (Desde una Pragmática Pedagógica) que René Francisco capitaneaba con otros jóvenes procedentes del Instituto Superior de Arte de la Habana a finales de los noventa. El contexto era el del lento y equivoco despertar tras el Período Especial (que aceleró y generalizó la tradicional combinación de carencia e ingenio para todas las prácticas cotidianas), el inminente acercamiento del castrismo con la revolución chavista (que permitiría un respiro general y también para allanar el terreno de la importante bienal habanera) y, en clave de contexto artístico internacional, el momento de la definitiva consolidación de una perspectiva global ansiosa de atender a las zonas llamadas periféricas. La adecuada combinación de estas coordenadas tan dispares es lo que permitió que cuajará un trabajo muy especial en un momento preciso. A partir de ahí, Wilfredo Prieto ha gestionado su trayectoria con indudables aciertos, dosificando las referencias al asunto cubano en sus trabajos, combinando con equilibrio los proyectos minúsculos y las producciones de gran escala y, sobre todo, manteniéndose fiel a su tan peculiar poética minimalista y efectista al mismo tiempo.
El telón cubano, sea cual sea su grosor, lo compone Wilfredo Prieto con unos ingredientes muy concretos : chícharos (Sin título (Globo del mundo), 2002), ron (Cuba libre, 2010) o el periódico Granma (Discurso, 1999). Pero más allá de las soluciones resueltas con iconos domésticos y políticos, la condición isleña se pone también de manifiesto en matices menos visibles pero claramente latentes : el carácter performativo que precede a muchos trabajos (pertenece a una generación fascinada por Ana Mendieta y muy cercana a Tania Bruguera) o la naturaleza artesanal y sin alardes técnicos de la mayor parte de sus obras (¿se acuerdan del origen, tan emblemático, de colectivos como Los Carpinteros?). El resumen de este substrato es bien llano : un trabajo que se sustenta en la inmediatez más radical y absoluta. Son los objetos, siempre comunes, quiénes actúan de un modo directo frente a nuestra percepción. Es significativo, en esta perspectiva, como la mayor parte de obras de Wilfredo Prieto se ejecutan sobre el suelo, resueltas después de ser literalmente lanzadas sobre el piso sin aparente cuidado. Es así como un vestido estampado en flores se convierte en Jardín (2010), una cerilla quemada en Estrella muerta (2010) o una hilera de ropa femenina en un Desnudo (2008); otras veces, ese mismo suelo, ahora sin tapujos, es la mera superficie donde se suceden Obstáculos (2007), toda suerte de manchas y hasta de excrementos. Si en la tradición minimal la escultura era aquello con lo que tropezábamos al dar un paso atrás para ver mejor una pintura, ahora ya no queda nada en el muro. Todo acontece y todo se dice en el interior mismo del tropiezo.
Todos los objetos reales y simples que interrumpen nuestro paso y reclaman la atención, lo hacen mediante un giro lingüístico. Son las palabras (los títulos) las que despliegan el objeto y lo desplazan hacia el territorio, nada extraño, de su misma literalidad. En efecto, los títulos no construyen juegos poéticos que encriptan al objeto sino todo lo contrario, lo ensalzan mediante la transparente exhibición de su potencia de significado literal : el pan es pan (Las migajas de pan también son pan, 2011) , las nueces son nueces (Mucho ruido y pocas nueces I y II; 2003 y 2005) y la sangre, sangre (Piedra con sangre, 2011). Con lo que tropezamos es pues con pedazos de mundo, con objetos reales, con huellas de experiencia que, gracias al lenguaje, no se metaforizan en otra cosa distinta sino que, por el contrario, se confirman y se reafirman preñados de deseo, de miedo, de sueño y de preciosa estupidez. Es en este escenario – mucho mejor que en las propuestas desmesuradas, por mucho que se amarren a la pata de una mesa – dónde Wilfredo Prieto se maneja con envidiable soltura, con la agilidad inteligente y la ironía adecuada para que la idiotez del mundo, sus continuos sinsentidos, se tuerzan en un teatro repleto de posibilidades para el juego poético del vivir.