Xavier Arenós.
Franja roja y negra. 2016.
Video monocal, 19′ 15” y pintura al temple.
En 1936 y una vez iniciada la guerra , la Segunda República auspició la creación de los Institutos Obreros para la educación integral de las clases populares mediante el experimento de un bachillerato intensivo. El primer ensayo se inauguró en Valencia en 1937, cuando la ciudad se convirtió en la capital de la retaguardia. Pronto se abrieron otros Institutos Obreros en Sabadell ó Barcelona con una efímera trayectoria. En el Instituto de Valencia , a lo largo de dos años, impartieron docencia algunos de las más prestigiosos intelectuales republicanos (Ángel Gaos, León Felipe, Josep Renau, Alberto Sánchez,..) para una única promoción de alumnos. En 1939 el experimento pedagógico quedó definitivamente abortado. De aquel episodio quedan los testimonios fotográficos realizados por Walter Reuter. Una de las fotografías reproduce el interior de una aula en plena actividad académica. El perímetro de la sala está decorado con la pintura de una cenefa que parece roja y negra acorde con la simbología anarcosindicalista.
Franja roja y negra se compone de dos elementos que, aunque parece que se complementan, en realidad conforman una tensión, sino irreconciliable, al menos abierta de par en par y sin solución dialéctica. Por un lado, tras localizar el emplazamiento original de la fotografía de Reuter, un registro con tintes de documental científico nos presenta la meticulosa labor de unos restauradores profesionales realizando una cata en las paredes de la antigua aula del Instituto. El propósito que persiguen no es otro que encontrar algún resto de la cenefa roja y negra que certifique el claro perfil político de la huella cenetista. La labor resulta baldía pues ya no queda ningún rastro material de ese pasado. Junto al documental, el trabajo de Arenós se completa mediante un elocuente gesto: allá donde se presenta Franja roja y negra, se reproduce la mencionada cenefa bicolor a lo largo de todo el perímetro de la sala en cuestión. Así como el documental certifica un borrado de la historia; el gesto lo desmiente al hacer reverberar el pasado sobre la propia materialidad del presente. La tensión que se establece entre ambos polos adquiere así unos claros tintes benjaminianos: no es en el esfuerzo del presente por conservar las promesas de la historia donde estas pueden regresar y consumarse sino, por el contrario, en el acto intempestivo mediante el cual el pasado se encarna de nuevo y modifica el presente sembrando, de nuevo, el porvenir. A decir del propio Benjamin: articular históricamente lo pasado no significa conocerlo “tal como realmente ha sido”; significa apoderarse de un recuerdo tal y como refulge en el instante de un peligro (1).
La barrera de precepto, de acuerdo a la tradición antropológica, es aquella que delimita un mundo de vida en el interior del cual, la experiencia y el valor, conviven en perfecta sintonía. Se trata pues de una barrera un tanto alegórica y con la única vocación de definir una cultura cristalina, de singularidad plena y ajena a cualquier contratiempo que contravenga el acuerdo harmónico entre una doctrina y sus quehaceres. En realidad, como sabemos, esa pureza no existe; cualquier modelo cultural y social nunca puede cerrarse por completo a la porosidad que le asegura contaminarse por múltiples agentes exteriores. La reconstrucción de la cenefa anarcosindicalista opera como una ideal barrera de precepto por la que, en cada una de sus reapariciones, funda un espacio evocativo y, al mismo tiempo, de un futuro prometedor. La operación puede parecer paradójica, pero un detalle nos señala el desenlace: durante los años del conflicto, aquello que era señalado por la franja roja y negra quedaba colectivizado y, en consecuencia, abierto a cualquier uso todavía por experimentar.
1.Véase W. Benjamin. Tesis de Filosofía de la historia.(1940). Tesis VI.