ATLAS ¿Cómo llevar el mundo a cuestas?
No hay tiempo para prolegómenos. Atlas es un proyecto ideado por George Didi-Huberman para el MNCARS de Madrid que viajará después al ZKM de Karlsruhe y al Sammlung Falckenberg de Hamburgo. La operación es radicalmente desmedida pero, paradójicamente, simple y plausible : partir de los paneles que componen el Mnemosyne (1924-1929) de Aby Warburg para definir la pulsión atlántica – una voraz modalidad del mal de archivo – que se multiplica en la cultura occidental desde que se consumaron “los últimos días de la humanidad”.
En efecto, desde la barbarie de la primera guerra mundial (aquella que aceleró la última confianza en la palabra poética vanguardista, antes del posterior enojo de Adorno frente a lo bárbaro absoluto) las fracturas epistemológicas se suceden en cascada : las cosas ya no residen en las palabras, la realidad ya no descansa en su representación y, peor todavía, la verdad ya no se disciplina bajo las redes de la ciencia positiva. En esta tesitura, como dijera Michel Serres, el sujeto occidental está obligado a volver a convertirse en cartógrafo y sustituir así, con su labor, todos los mapas que surgieron de la Enciclopedia. El Atlas es, precisamente, aquello que surge tras el abandono de los diccionarios al modo de nuevo campo operativo donde “todo podrá volver a empezar”. Si lo enciclopédico está compuesto por la suma de todos los detalles, el Atlas, por el contrario, se levanta mediante fragmentos – la máxima unidad pensable – combinados siempre de nuevo, de otra manera y con toda la potencia infinita de la imaginación.
Si el Archivo es aquello que aparece en el lugar de la vieja Biblioteca, el Atlas es también, en calidad de panel de imágenes, aquello que aparece en lugar del cuadro. En la Biblioteca debíamos reconocernos frente a un cuerpo de conocimiento indiscutible y canónico y, así mismo, frente al cuadro, reconocíamos el lugar común sobre el que se disponían las cosas. Los dos formatos de un conocimiento enmarcado y ajustado. Por el contrario, en el Archivo no hay más que una pedagogía del des-aprendizaje y en el Atlas una promesa de un nuevo (des)conocimiento dionisíaco o una gaya ciencia. Ya sea en el laberinto de datos y textos que componen el Archivo o en las tablas sobre las que se conjugan las imágenes del Atlas, en ambos casos no hay más operativa posible que la del montaje , sin el placer del reconocimiento ni el ligero aturdimiento de la sorpresa que podría integrarse en los sistemas de lectura. El montaje, disparatado, fascinado por lo morfológico ( todo Atlas supone una práctica materialista) y atento a las analogías inesperadas y reveladoras (el componente psíquico que también sacude a la actividad atlántica) no cierra el mundo sino que, por el contrario, lo lanza hacía lo perpetuamente abierto.
Los álbumes de la Bauhaus (1923-1925) se solaparon con los paneles de Warburg, pero no se trata de ahondar en las sincronías sino, por el contrario, de narrar mediante una suerte de estilo indirecto, con relatos discontinuos en los que se sobreponen temporalidades y geografías. Es así como crece el Atlas capaz de soportar entero el peso, creciente, del mundo: las mariposas de Nabokov (Barbara Bloom) o las distintas especies botánicas (August Sander); o cada nueva mañana (On Kawara) para continuar registrando, al mismo tiempo, lo más precioso y lo más abyecto (Han Peter Feldman).