La obsesión del “topógrafo concienzudo” Valentin Sorger es “aprender la Figura de la Tierra frente a la amenaza de la Gran Carencia de Forma”; sin embargo, a pesar de las tareas diurnas, cada noche lo acecha la convicción “de no estar en su propia cama”. El gran trabajo “Sobre los Espacios” se revela así como una quimera a causa de la insalvable ausencia de “sucesión” entre ellos. Esta fragmentación espacial que dispersa cualquier ilusión de Paisaje, parece redundar en el anterior fracaso del agrimensor K. al afrontar la cartografía de los dominios de El Castillo. No hay modo de resolver el espejismo del mapa como calco puesto que, de antemano, No Hay Lugar. Solo la topología – el reconocimiento de un espacio para el tiempo de una historia- conserva la genuina fantasía de las operaciones cartográficas, cuando los mapas, más que una representación, todavía eran una especulación sobre los confines.
1. Gramática
Un espacio topológico es aquel en el que todos sus componentes mantienen entre sí una continuidad cualitativa. A diferencia de una geometría topográfica que se preocupa por calibrar las distancias entre los distintos enclaves de un espacio, la geometría topológica subraya las equivalencias y las convergencias entre la disparidad de elementos que entran en juego. Un ejemplo sencillo es el mapa convencional de una red ferroviaria : todas las estaciones del trayecto, con independencia de la distancia que las separa y sin ninguna jerarquía entre ellas, aparecen en su representación topológica como puntos equivalentes. La densidad semántica de cada uno de los componentes de un espacio topológico es siempre equiparable. Así como no hay distinción entre la estación central y un minúsculo apeadero puesto que en ambos puntos sucede lo mismo – el convoy siempre se detiene para conjugar entradas y salidas – tampoco debe concebirse ninguna diferencia cualitativa entre, por ejemplo, la fugacidad del vuelo de un ave (Nocturno, 2011) y la solidez de un muro (El último muro, 2019); en ambos puntos también se rumorea lo mismo: la reversibilidad entre un desplazamiento ágil y su probable obstaculización. Este perfil metafórico en el sentido más estricto – un despliegue de equivalencias – es una tonalidad inherente a cualquier espacio topológico.
Hay muchos tipos de espacios topológicos; al más elemental se le denomina espacio discreto. Un espacio discreto es aquel en el que todo subconjunto de elementos ( por ejemplo: Muro Norte; Muro Este; Muro Oeste y Muro Sur) conforma un conjunto abierto; es decir, todos y cada uno de sus elementos están rodeados por otros que también pertenecen al conjunto por heterogénea que parezca su reunión. En el interior de un conjunto abierto prevalecen pues la relaciones (empáticas) entre sus componentes por encima de las diferencias por poderosas que estas puedan parecer. La segunda condición de un conjunto abierto es que ninguno de sus elementos pertenezca a la frontera del conjunto; de lo contrario no podrían producirse las necesarias intersecciones entre los distintos subconjuntos para articular la unidad del espacio discreto. De ahí que, en La Casa empática, las respectivas fronteras de cada subconjunto (Frontera Norte; Frontera Este; Frontera Oeste y Frontera Sur) no constituyen los límites de sus respectivos Muros, sino que se ubican acorde a una proporción áurea – redoblada en el propio interior del marco – que las mantiene en el interior del subconjunto. Así, las Fronteras, aún siendo tales, ya insinúan mediante su mero comportamiento matemático las grietas que padecen. Acorde con la lógica de un espacio topológico, en efecto, las mismas Fronteras parecen no estar aquí para garantizar un cierre sino, por el contrario, para participar de un modo activo en el juego complejo y F/eliz (En el muro, 2011) de las correspondencias y equivalencias.

En la atmosfera de La Casa empática es evidente el eco de la figuración geométrica del Universalismo Constructivo; pero es crucial apuntar que ahora aquella gramática se hace laica. El idealismo de raíz platónica que profesaba Torres-García, le permitía resolver su trabajo sobre el plano pictórico puesto que, al fin y al cabo, se trataba de revelar una Verdad. Se trataba de una enunciación que, en consecuencia, debía consumarse en la vertical de una revelación. En La Casa empática, por el contrario, la geometría topológica rompe el marco de lo pictórico para producir un espacio tridimensional para una experimentación performativa y profana. Así, podrían trazarse numerosas líneas imaginarias que conectarían de forma topológica – cruzando el espacio y acentuando las equivalencias cualitativas – elementos de distintos subconjuntos, ya sea por similitud icónica ( Fusiles y Europa; Salta y Sur;…) ó literaria (Constelación y Cielito lindo; Ala y Alas;…). Los puntos cardinales insinúan precisamente esta multiplicación infinita de convergencias: lo que ahora sucede al Norte, por la noche será sureño. La Casa empática es pues un espacio mundano, sujeto a tantas variables de experimentación como tantas veces se produce un poniente. Por esta versatilidad de la experiencia espacial, como veremos, podría haber Lugar.
Un espacio topológico no conforma un Lugar por su mera naturaleza matemática. Para que el espacio topológico adquiera la condición de Lugar es imprescindible que se traduzca en una realidad fenomenológica que tome el cuerpo como sistema de referencia. Un Lugar – la más pequeña unidad espacial compleja, así como el espacio discreto era el mas elemental tipo de geometría tipológica – se caracteriza por una colección de características físicas ( la copresencia de elementos distintos, la conservación de un carácter indiviso y aislable, la posibilidad de reconocerle unos límites,…) que permiten adecuarlo a las exigencias de lo topológico. Pero así como todo Lugar es también un espacio topológico; para que un espacio topológico – La Casa empática – adquiera la naturaleza de Lugar ha de poder ser experimentado de un modo performático; solo bajo esta condición un Lugar garantiza su condición de espacio básico para la vida social. De ahí que un Lugar no sea nunca un Paisaje ya que este pertenece siempre a un régimen escópico, a una manera determinada de ver las cosas y reunirlas acorde con un imaginario cultural concreto. En un Paisaje las cosas se acoplan en la visión – la reunión del cielo y la tierra – mientras que en un Lugar las cosas y los sujetos conviven y se transforman en el espacio. Un Lugar no conserva ni la unicidad ni la inmovilidad de un Paisaje. Un Lugar es un espacio topológico convertido en una puesta en escena que ha ser activada mediante una vinculación directa con los elementos que lo conforman. Como sucede con la teatralidad intrínseca a la poética minimalista, donde las formas geométricas elementales operan como formas topológicas que mudan en función de la perspectiva de la percepción; en todo Lugar sus componentes permiten una variabilidad de conexiones – las equivalencias empáticas propias de la geometría topológica- que multiplican los modos de estar en ese mismo Lugar. La Casa empática, bajo esta perspectiva, no conforma un Paisaje – a pesar de la omnipresencia de la línea h, que no debe ser interpretada como un horizonte que reúne lo superior y lo inferior, sino como un vector que asegura el tránsito de un elemento a otro – sino que configura un Lugar en la medida que es un espacio para estar en el y, además, para resolverlo de tantas posibles maneras. La Casa Empática podemos habitarla de una forma móvil (mediante una lectura consecutiva de los elementos que sigue el perímetro de la sala) o estática (asentados sobre/bajo Orion); pero en cualquier caso lo que confiere performatividad a la propuesta espacial no es su tamaño sino su naturaleza como lugar topológico. Y es solo esta evidencia fáctica de la experimentación del espacio aquello que convierte el Lugar en Casa. De ahí el colofón imperativo: Hay Lugar Pase.
2. Intriga.
En un espacio topológico, aún siendo de carácter discreto, los vacíos, cual silencios en una partitura, cumplen una función igual de sustancial que los elementos visibles o materiales del conjunto. Por esta regla podría decirse que un espacio topológico se asemeja a lo que llamaríamos instalación en la nomenclatura convencional del arte contemporáneo. En efecto, no asistimos a una mera disposición de obras en el espacio sino que, por el contrario, nos hallamos en el interior de un espacio obrado. Pero esta analogía, un tanto banal, requiere de mayor precisión. El auténtico conjunto imaginario al que pertenece La Casa empática es el de aquellas instalaciones que reúnen las condiciones de los espacios topológicos y, de un modo más preciso si cabe, los espacios proun (Prounenraum) de El Lissitzky. El parentesco no se reduce a naturaleza matemática de las instalaciones tridimensionales sino que descansa, ante todo, en la condición metafórica de los procesos sociales que materializan las figuras proun. A diferencia de la asepsia ideológica que exhibe una instalación minimalista, en El Lissitzky las mutaciones geométricas y las perspectivas anómalas metabolizan las transformaciones sociales del ideario revolucionario hacía lo nuevo. En otras palabras, a pesar de la apariencia abstracta de los espacios proun, estos no son lugares silentes, resueltos con neutralidad algebraica, sino lugares repletos de intriga.

La intriga, desde la tradición aristotélica, ha de entenderse como una disposición tal de distintos hechos que se constituyan como conjunto estructurado de una acción. La intriga es pues lo que permite la legibilidad, el reconocimiento del sentido que sustenta las equivalencias entre elementos dispares hasta articular una suerte de relato . En esta perspectiva, un espacio es intrigante cuando los elementos que lo configuran se articulan de tal modo que operan como acontecimientos de una determinada historia. Así pues, como ocurría con la relación entre Lugar y espacio topológico, ahora puede decirse que, así como no es intrigante cualquier espacio topológico, todo Lugar es siempre un espacio de intrigas. En un Lugar, en tanto que espacio experimentado, no solo asistimos a una sucesión de elementos por exploración de sus equivalencias geométricas sino que, ante todo, sucede algo; se concadenan figuras al mismo ritmo que se producen acontecimientos frente a cada una de ellas y, por la propia regla de convergencia que gobierna todo espacio topológico, el trabazón del conjunto deviene el tiempo de una determinada historia. En consecuencia, la cuestión ahora consiste en discernir lo que sucede en el interior de La Casa empática; cuál es la intriga que en ella se conjuga. El enigma es sencillo: así como los espacios proun de El Lissitzky intrigaban sobre la historia hacia lo nuevo, La Casa empática, como sugiere el adjetivo, intriga sobre la aparición de lo otro. Ya disponíamos de otro sobre aviso. Si en clave topológica reconocíamos este Lugar como espacio discreto; ahora cabe añadir que la misma noción de discreción nos remite de forma inexorable hacia esa misma otredad. Lo discreto es lo que separa (discretus); pero no para evitar lo separado sino para discernirlo adecuadamente. La discreción, en esta perspectiva, es una suerte de constricción mediante la cual la identidad pierde centralidad en beneficio de una alteridad que aparece. Con discreción despierta el Viento del Sur.
La Casa empática está poblada de muros en incipiente descomposición. De un modo similar, las geografías se hacen movedizas y las banderas decaen. Así pues, a pesar de la rigidez geométrica del Lugar, planea sobre el conjunto una gravedad Inestable. Los emblemas que tradicionalmente han vinculado la identidad con la pertenencia a un Lugar, ahora declinan hacía una condición de umbral: ya no consiguen contener sino que mudan en escenarios de encuentro entre mundos distintos; en ocasiones de un modo apaciguado (Ciudad iceberg) pero otras veces con costosa resistencia (Inestable Eu). Las mismas Fronteras , más que acotar cada conjunto, aceleran sus múltiples intersecciones. La Casa empática no es pues un Lugar apacible y feliz. No es un Lugar de cierre, capaz de confinar un modelo cultural y asentarlo con sosiego. Por el contrario, nos hallamos en el Lugar el que todo aquello que lo compone Migra de forma inexorable. La intriga redobla así en despliegue de las mutaciones intrínsecas a cualquier geometría topológica. En La Casa empática, como era previsible, se acoplan Dos casas que, en realidad, no son distintas, sino la misma sobre un eje cambiante en tanto cumple la doble función de proteger y arrojar. Para mantenerse en la cueva es imprescindible salir de ella puesto que, en su interior, no hay víveres. No hay clausura sin la apertura imprescindible para obtener provisiones. Si lo traducimos en términos antropológicos: No Hay Lugar para una identidad de pureza ontológica sino enclaves abiertos a las inclemencias exteriores. Solo cuando el afuera interpela se constituye un adentro; de ahí, de nuevo, la gravedad de la locución: Hay Lugar Pase. La intriga que sacude a La Casa empática acontece pues en un territorio transfronterizo; en un espacio en permanente re/des-composición; pero lo fundamental no es esta evidencia sino los hechos concretos que glosa la Canción H. Hasta aquí podemos reconocer la geografía del relato; pero faltan por reconocer las acciones que acontecen en tan extraña región.
Hay demasiados modos de cantar la otredad y, a menudo, son muy disonantes. En la mayoría de cantos, lo extraño no es más que una coartada para evocar lo propio. Al principio, el otro no era más que un yo antiguo; algo así como mi propia antigüedad; después el otro se convirtió en la mera diferencia que, por su misma rareza, no hacía más que confirmar la normatividad de la propia identidad y, por consiguiente, este otro raro se hizo coleccionable. La última canción es aquella que reconoce al otro como aquel que me exhorta y, por ende, me configura; sin duda esta es una canción amable, pero su amabilidad amaga que todavía concede toda la centralidad al modo como se constituye una identidad. Todas ellas son pues canciones sin discreción; sin la necesaria separación para que lo otro conserve su otredad. Este extenso repertorio ha dado lugar a una retórica política muy prolífica e igualmente engañosa. Ni lo intercultural, ni lo multicultural, ni lo transcultural son empáticos. La interculturalidad presupone una relación dialógica entre esferas distintas que, a lo largo de toda la conversación, conservan su lugar; incluso cuando este se hace híbrido, puesto que entonces se compone de una mezcla de elementos ponderados en el marco de una negociación. A su vez, la multiculturalidad, lejos de cualquier atisbo de mestizaje, presupone una hipócrita integración de algunos elementos extraños solo en la medida que son tolerables; es decir, en la medida que no presuponen un verdadero peligro para lo propio. Por último, la transculturalidad no es sino una suerte de travestismo mediante el cual una identidad cruza la frontera desde un lugar a otro, sin que este desplazamiento comporte necesariamente ninguna alteración ni del lugar abandonado ni del lugar de acogida. Lo que acontece en La Casa empática nada tiene que ver con una negociación; mucho menos con una mera glosa de la tolerancia y, por supuesto, nadie es invitado a ingresar para transmutar completamente su identidad. La Casa empática es un espacio discreto y para la discreción. La pequeña intriga que ha experimentarse es la crisis de toda afiliación. Hay Lugar Pase.