historia de una pequeña habitación . martí peran
Distintos noticiarios chilenos explicaban recientemente el sorprendente caso de Felicia Pinto, una empleada del hogar en el condominio santiageño de Chicureo, convertida en propietaria de un terreno donado por su patrón para que así pudiera circular libremente por las veredas del lugar (1). En efecto, el blindaje promovido por los condominios privados en Chile, Argentina, México o Perú, alcanza tal estado paranoico – el éxtasis de la seguridad – que los empleados domésticos son obligados a desplazarse por los recintos en furgonetas y a cumplir a rajatabla la imposición de una indumentaria que los identifique. Felicia, gracias a la resistencia de su patrón frente a estos códigos de exclusión, puede permitirse aquello que queda vedado para sus colegas de trabajo : disponer y gestionar libremente su simple presencia.
La rotundidad con la que la jerarquía de clase gestiona la visibilidad de la subalternidad, flirteando con la llana ocultación, ya era el eje central de 97 House Maids . Este anterior trabajo de Daniela Ortiz consistió en una aséptica colección de fotografías familiares de la clase adinerada peruana, usurpadas de las redes sociales, en las que, cual accidente indeseado, aparecen en segundo plano distintas señales, rastros o sombras del trabajador doméstico. Como ya se ha señalado, el proyecto era un explícito subrayado del inconsciente óptico que permite reconocer en la imagen aquello que no es propiamente visible. De algún modo, esta misma esfera de interés es el que se despliega ahora en Arquitectura peruana. Habitaciones de servicio, un catálogo de casas particulares proyectadas por los más importantes arquitectos peruanos desde los años treinta hasta la actualidad, en las que se reproduce un significativo elemento: una pequeña habitación de servicio, segregada en el interior del espacio doméstico, de dimensiones mínimas y con evidentes deficiencias de ventilación e iluminación, incumpliendo las normativas vigentes (2). La habitación de servicio, como ocurría con la propia presencia de la trabajadora doméstica en 97 House Maids, disfruta de un ambiguo grado de inscripción, existe porqué es una pieza fundamental para sustentar la distinción pero ha de permanecer en el ámbito de lo inapreciable.
Esta discreción impuesta a la “arquitectura de servicio”, tiene una historia tan dilatada como la que pudiera reconstruirse respecto a la función de la arquitectura como dispositivo biopolítico concebido para gobernar la vida mediante la organización del espacio. Desde el mismo momento en que la casa adquiere la condición de lugar natural para el desarrollo de la vida privada, se impone, de forma progresiva, la necesidad de alejar los espacios de la servidumbre del centro de visibilidad. En las casas nobles de Paris del siglo XVI los sirvientes y criados dormían en los cabinets y los garde-robe annexos, “solucionando el aislamiento de los sirvientes de un modo casi improvisado” (3). En el siglo XVIII, cuando el orden burgués del hogar obligó a imponer una mayor funcionalidad a las distintas estancias de la casa, los sirvientes fueron alojados en alas separadas conectadas con los dueños mediante el eficaz invento del cordón de timbre (4). En la desarrollada ciudad de Londres de 1850, cuando el servicio era ya uno de los más claros indicadores de la posición social, a los criados se les exigió “no solo ser honestos, limpios, trabajadores, formales, dedicados y circunspectos, sino además convertirse, en la máxima medida de lo posible, invisibles” (5). Bajo esta consigna, el diseño de las casas se convirtió en crucial para garantizar un grado de ocultación y segregación. Los elementos más efectivos para este objetivo fueron la escalera de servicio y el encierro de la cocina, desterrando así a la servidumbre a unos planos ajenos al plano central que cobijaba la vida familiar. Este discreto apartheid doméstico, lejos de provocar rechazo, se convirtió en un escenario perfecto para alimentar una literatura costumbrista que explotaba las situaciones provocadas por esa convivencia segregada entre distintas clases sociales. Todavía en los años setenta, la célebre serie televisiva británica Upstairs, Downstairs, ambientada en una pudiente casa londinense a principios del siglo XX, reproducía esa misma lógica con tal grado de éxito que aún hoy genera secuelas cinematográficas tragicómicas (6).
La cocina, en la medida que es una dependencia adscrita al ámbito de las tareas de la servidumbre, permaneció encerrada hasta bien entrado el siglo XX. En 1870 el sesenta por ciento de las mujeres que trabajaban en Estados Unidos lo hacían como criadas, pero el descenso de la inmigración, junto a una consciencia del progreso general del país que, a su vez, conllevaba un descenso de “criados buenos”(7), aceleró la concepción más compacta de las casas y una apertura de la cocina – ya rescatada por la ama de casa – hacia el resto del hogar. La servidumbre, por momentos, se instaló en una suerte de stand by durante esta fase crucial para que la mujer-ama-de-casa ingresara en la lógica de la producción y pusiera su cuerpo a trabajar en beneficio del american lifestyle que de inmediato se convertiría en hegemónico. La criada desaparece ocasionalmente para acelerar un modelo patriarcal que necesita recuperar la cocina como escenario paradigmático; sin embargo, a medida que esa misma lógica de la producción se disemina y expande, promueve una supuesta equidad productiva de género que devuelve la cocina burguesa a la servidumbre subalterna, incapaz de rendir en la arena principal del capital, y desplazada en consecuencia a los rincones de la invisibilidad del espacio privado invulnerable.
La cocina y el lavadero, a fin de cuentas, se convierten en los meros espacios de tránsito productivo para un personal de servicio agazapado y ocultado en pequeñas habitaciones semejantes a los armarios-dormitorio del siglo XVI. En efecto, las habitaciones de servicio, como demuestra de forma impecable el trabajo de Daniela Ortiz, se empequeñecen progresivamente. Entre las numerosas casas que protagonizan su investigación, aquellas que reducen la dimensión de la habitación de servicio hasta extremos deleznables son, precisamente, las de construcción más reciente (8). Este proceso de creciente invisibilidad espacial opera como una eficaz paráfrasis sobre la distribución de la riqueza en el capitalismo global. Si el diez por ciento de la población acapara el noventa por ciento de la riqueza, la casa modélica para las revistas de arquitectura no hace sino traducir esa misma proporción en términos de materialidad espacial.
Arquitectura peruana. Habitaciones de servicio no es más que un aporte susceptible de incorporarse a esta pequeña historia de una habitación pequeña; pero su atención hacia ese régimen de invisibilidad lo acompaña con un matiz imprescindible: la responsabilidad directa del arquitecto en los despropósitos de esa misma historia. En efecto, el trabajo lo despliega Daniela Ortiz mediante los códigos ortodoxos de las publicaciones de arquitectura, reproduciendo las construcciones en cuestión con escrupuloso ojo estético, reproduciendo las plantas originales de sus autores y adjuntando una ficha curricular de los arquitectos que firmaron las edificaciones. Con esta simple estrategia formal se consigue hacer visible, también, la ignominia de la arquitectura.
1.Véase Salvador Camarena. “Patrones contra trabajadores del hogar”. Blog Internacional Contando América. El País. 18 enero 2012.
2.Véase Nicolás Kisic. Ese cuartito de servicio. http://www.coherencia.pe/sin-categoria/ese-cuartito-de-servicio. A partir del proyecto de Daniela Ortiz, Kisic evoca tanto el Reglamento Nacional de Edificaciones como la Ley de Trabajadores del Hogar que establece la obligación de “proporcionar un hospedaje adecuado al nivel económico del centro de trabajo en el cual [el trabajador/a] presta servicios”.
3. Rybczynski, Witold. La casa. Historia de una idea. Nerea. San Sebastián, 1989. p.59
4. Idem. p.95
5. Bryson, Bill. En casa. Una breve historia de la vida privada. RBA. Barcelona, 2011. p.138.
6. Upstairs,Downstairs – presentada en la televisión española con el título Los de arriba y los de abajo- recibió en 1972 el Premio a la mejor serie dramática de la Academia Británica de Cine y Televisión. Con el antecedente de la película Españolas en Paris (Roberto Bodegas, 1971), recientemente se ha aplaudido una infame comedia que narra la salvación espiritual de un desencantado burgués parisino gracias a la alegría vital de las sirvientas españolas emigradas (Las chicas de la sexta planta; 2012).
7. “ A medida que aumente la prosperidad de esta Nación, habrá menos criados buenos”.Así se expresó Catherine Beecher en Ladie’s Home Journal (Citado en Rybczynski, W. Ob cit. p. 161). Cabe recordar que Catherine Beecher y Christine Frederick están impulsando en ese momento una concepción de las tareas domésticas equivalente a una línea de montaje de una fábrica (Zabalbeascoa, Anatxu. Todo sobre la casa. Gustavo Gili. Barcelona,2011. p.65)
8. La Casa La Planicie y la Casa La Encantada, ambas de 2010, reservan para el servicio unas habitaciones, respectivamente, de 3,8 y 5,2 metros cuadrados.