Javier Peñafiel. Tu extrema higiene, 2017.
La empresa Calico – filial de Google- trabaja empecinada y con ahínco para “resolver la muerte”. Es el último episodio de la dilatada historia de la conjuración entre ciencia y religión para alimentar la soberbia del Humanismo: dominar el mundo gracias a la noción de valor reseteada periódicamente. La supremacía de especie no es tecnológica sino ideológica; basta con enunciar una serie de principios (in)morales e inocularlos en la imaginación común. A medida que esos principios de valor flaquean en su eficacia política o envejecen por mera repetición, se activa de inmediato una clínica perfecta para su renovación. La más reciente versión del humanismo posthistórico – una vez proclamado que el futuro se reduce a la catástrofe o, si nos aplicamos, a la mejoría infinita de lo conocido gracias a la genética y la nanotecnología – propone una agenda de felicidad e inmortalidad sustentada en la orden del cuidado de sí: tu extrema higiene. Todos igualados en la producción de iguales mínimamente diferenciados bajo el espectro de un narciso democrático. El parámetro del desarrollo humanista y su respectivo crecimiento económico ya se cifra mediante el FIB (Felicidad Interior Bruta), así que la única revolución en curso solo puede tener un entregado carácter dentífrico. En la esfera bucal nace el aseo que deletrea el deseo.
En la accidentada Historia del lápiz que escribió Peter Handke se advierte que “en Hieronymus Bosch por lo menos todos están condenados” (1). En nuestros días y por el contrario, como si la fortuna hubiera dejado de rodar según el dictado del azar, se promete una redención inmediata y horizontal, al alcance de todos y de muy bajo coste : no os dolerá. La consigna imperativa para que se consuma está salvación es, en efecto, inocua por completo: cuida de ti mismo sin ningún reparo de extremismo. El narcisismo de tu extrema higiene es la panacea; a pesar de que comporte “la insalubridad de todos”, toda vez que han quedado reducidos a meros espectros de la memoria libidinal. Nada puede distraernos mientras nos ejercitamos en la producción de selfies autoeróticas:Visage du Grand Masturbateur.
¿Qué hacer (Chto Delat) cuando la vida se ha puesto por entero a trabajar consigo misma y solo para sí misma? La respuesta que más seduce la encarna la quietud del caballo turinés. Ya no se trata de la inacción de Bartleby puesto que, a fin de cuentas, consistía en una opción reactiva (hacer nada). Por el contrario, la resignación equina – primero frente al azote del humanismo y después frente a la magnitud de la tormenta -exhibe un talante bien distinto: no tiene ninguna función enunciativa ni ningún carácter opositor. La inmovilidad del caballo ya no se dirige contra sus dueños ni contra cualquier suerte de adversidad; es el reposo del sosiego liberado de toda interlocución. Ser caballo. Un caballo quieto de carroza fúnebre (“Perfeccionando muerte”,2016). Llega así “la hora de dejar la pluma” (Robert Walser.Jakob von Gunten) para interrumpir la historia del lápiz de trote desbocado.
1. Peter Handke. Historia del lápiz. Peninsula. Barcelona, 1991. p.10.