Javier Peñafiel. Galería Joan Prats. Barcelona.
Martí Peran
En 1999 se incubó Egolactante. Cabezudo pero con perfil elegante. En los diez años transcurridos, Egolactante apenas modificó su aspecto; pero no padece nada parecido al “peterpanismo”; a lo sumo disfruta de auténtica autoestima. De aspecto inquieto, Egolactante sufre de un crónico estado de nerviosismo que, aún pudiendo parecer provocado por su vulnerabilidad emocional y política, se debe, en última instancia, a que decidió convivir con la ficción instalada dentro de su cabeza. La suma de estos poderosos componentes – cuerpo espamódico y habilidades intelectuales -convierten a Egolactante en una pequeña gran encarnación del nuevo “homo estheticus”.
Javier Peñafiel viene diseccionando las tensiones de la subjetividad contemporánea de mucho tiempo atrás. El personaje de Egolactante ha sido el eje sobre el cual ha gravitado este ensayo que, con independencia de los medios utilizados, siempre se ha formalizado desde un registro textual. Ya se trate de dibujos, paneles, videos u otros soportes, la escritura es quien organiza las partituras. “No verbal todo por escrito” es precisamente una exposición-collage que, en último término, ha de interpretarse como un solo texto coral. Un texto, siempre negro sobre blanco, en el que se hilvanan los distintos ingredientes de esa subjetividad contemporánea a golpe de palabras y de figuras. En cada episodio podemos reconocer un diagnóstico sobre esa subjetividad : siempre en estado incipiente (ego-lactante); de apariencia escéptica pero vulnerable a las pasiones (“roto por una causa débil”); liberada de proyectos y jactándose de encarnar una pura experiencia sin Historia; obsesionada en con-fundirse con una erótica; obligada a autoproclamarse como semilla de lo político ( la subjetividad pre-comunitaria como raíz de lo comunitario posible) y, ante todo, exhibiéndose como una subjetividad de naturaleza estética, que permita acomodarse mejor a las infinitas imperfecciones que rodean a los egolactantes, en contraste con lo que suposo la moral para la subjetividad anterior (moderna). De ahí que propusiéramos resumir todo lo que condujo hasta esta última puesta en escena de Egolactante como una suerte de epifanía (dramática) del “homo estheticus”; por qué egolactantes son quiénes declinan la emoción, desde su inicial condición de estructura psicológica, a la posiblidad de adquirir ahora condición de estructura social. Que haya “vida inteligente en la ilusión” significa exactamente esto. Con el ejercicio de nuestras prerrogativas estéticas y eróticas quizás no pueda construirse ninguna gran cultura ni civilización, aunque fuera hedonista; pero quizás sí pudiera señalarse una sociabilidad elemental, forjada escasamente en una experiencia de perímetro muy corto (el contacto con el otro; el radio del deseo; el cuento en mi cabeza) pero capaz de acumular fragmentos para un escenario común.
Las incertidumbres generales (de orden sexual, ideológico, laboral,) que acechan hoy a los procesos de construcción de identidad, han acelerado la misma conversión del capitalismo tardío en una gran máquina de producción de subjetividad . Conocedor de donde se halla la verdadera fisura (la urgencia de ser alguien en algún lugar), el mercado no se entretiene ya en ofrecer productos caducos sino componentes actualizables para la configuración de supuestos sujetos libres y esbeltos. Frente a esta dinámica, la pequeña subversión de Egolactante pasa abandonar la oferta e iniciar un periplo en solitario. ¿Lo micropolítico no era, precisamente, el gesto de no reproducción de los modelos de subjetividad ya dados?. Eso lo convierte necesariamente en melancólico, pero atravesado por una melancolía activa y productiva, bién distinta de la pasividad saturnina del viejo romántico; y es qué hoy todavía “la ciencia melancólica está mal traducida”.