https://www.cccb.org/es/exposiciones/ficha/post-it-city-ciudades-ocasionales/16445
El concepto de Post-it City fue acuñado por Giovanni La Varra (1) para designar “un dispositivo de funcionamiento de la ciudad contemporánea que concierne a las dinámicas de la vida colectiva fuera de los canales convencionales”. Los fenómenos susceptibles de acogerse a esta suerte de micro-categoría, apuntan directamente a los modos de ocupación temporal del espacio público para distintas actividades (comerciales, lúdicas, sexuales,…) de un modo ajeno a las previsiones impuestas por los códigos políticos subyacentes al urbanismo. Sobre esta base, iniciamos este proyecto de investigación y de archivo – interpretando el concepto de un modo conscientemente amplio (2) – convencidos que, tras las situaciones post-it localizadas en contextos muy dispares, podrían desvelarse necesidades concretas que fracturan determinados contextos sociales y, al mismo tiempo, habilidades subjetivas en la tarea de reconquistar el espacio público frente a la presión institucional a la que está sometido. El resultado, abierto a distintas ampliaciones y correcciones, así lo confirma; pero el conjunto de materiales que aquí se recogen también pone de relieve distintos problemas y paradojas que afectan al talante general del proyecto. En este texto vamos a intentar reconocer estos problemas, así como a ordenarlos de tal modo que nuestra argumentación actúe como un primer balance autocrítico de toda esta aventura. La reflexión que proponemos se organiza en dos episodios. En primer lugar, trataremos de acentuar la evidente relación entre el concepto Post-it City y las distintas apelaciones al urbanismo informal como estrategia de réplica a la ciudad planificada. El asunto es relativamente sencillo; pero lo importante quizás consista en reconocer que esta apología de la informalidad está estrechamente vinculada a las sociedades sobre-organizadas y opulentas y a su necesidad de encontrar modelos de prácticas antagonistas cuando no literalmente libres. En esta tesitura, habremos pues de calibrar la verdadera dimensión política de los fenómenos post-it en tanto que situaciones elocuentes de una subjetividad rebelde pero, de inmediato, se convierte en imperativa una nueva cuestión: la discutible legitimidad de esta fascinación por lo informal cuando estos mismos contextos sociales han multiplicado (y extendido) unas dinámicas de exclusión y marginación que, muy a menudo, promueven ocupaciones temporales del espacio público como mera alternativa de supervivencia; dicho de otro modo, a la primera posibilidad de encumbrar la idea de Post-it City como posible modelo de unas prácticas subjetivas de renovado potencial político, hay que añadir la obligación de analizar estas mismas prácticas en su calidad de signo explícito de una precariedad social. Todavía más escueto: asistimos a una progresiva y sigilosa identificación entre la libertad y la marginalidad, de modo que es ineludible idear mecanismos para rescatar a la primera y denunciar a la segunda. La idea de Post-it City no es más que una herramienta para ensayar esta exigencia.
Post-it City como proyecto
El modelo del Estado del Bienestar , de patrón occidental y en creciente expansión a pesar de las evidentes fisuras que ha dejado al descubierto, se acompaña de la ilusión de la “buena forma de la ciudad” (3) . Hay, en efecto, una estrecha correspondencia entre la conquista de una opulencia social -de clase- y la consiguiente preparación de su escenario natural en clave de ciudad planificada, ordenada y de falaz voluntad integradora. Este fenómeno ha sido reconocido y descrito con precisión en numerosas ocasiones; es, por ejemplo, la “ciudad de cuarzo” (4) diseñada para asegurar una harmónica ordenación del trabajo, el consumo y el recreo de la clase media como garante de una cristalina homogeneidad social y, cabe añadir, como renovado protocolo para alimentar la circulación infinita de mercancías que requiere la economía invasiva, la que utiliza los niveles de consumo como indicador central de sus supuestas cotas de progreso y bienestar . En esta coyuntura, el espacio público se hace depositario de las prerrogativas que, con anterioridad, afectaban a los círculos sociales privados y pudientes, es decir, se convierte en el territorio donde se excluye la acción espontánea en beneficio de la “conducta” esperada (5) . Naturalmente, los urbanistas aupados a la condición de intelectuales orgánicos son los principales encargados de resolver la tarea, en primera instancia, mediante propuestas de planificación que resuelvan de antemano donde se reside, donde se produce, por donde y como se circula, donde se compra y donde se juega; y si esta planificación se altera mediante acciones parasitarias sobre lo establecido, el comando del orden se traslada a las instancias políticas mediante presiones punitivas que devienen, muy a menudo, un ejercicio explícito de violencia legitimada en nombre del mismo orden público.
Richard Sennett, pionero analista de estas dinámicas, ha examinado con inteligencia la absoluta vecindad que opera entre la “precisión” (6) de las ciudades occidentales y su eficacia como instrumento de neutralización de la subjetividad individual. La cuadricula dibujada en los despachos de los arquitectos y urbanistas, acentúa la legibilidad del espacio, pero esta misma naturaleza codificada del territorio urbano lo silencia como espacio vívido reduciéndolo a la condición de espacio disciplinado. Esta relación causa- efecto descansa, indiscutiblemente, en la dimensión biopolítica del urbanismo, convertido en una herramienta altamente eficaz para pautar y gobernar nuestras vidas en su más elemental estructura: como cuerpos en el espacio. Pero en los análisis de Sennett – fiel a la tradición weberiana- también se acentúa un componente psicológico crucial para nuestra argumentación: el mito de una comunidad homogénea y obediente tiene incluso un carácter ritual, nutrido en una ética autorepresiva, con el objeto de garantizar la manutención de la “comunidad purificada” (7) . La base de esta ecuación consiste en una mistificación de la intimidad familiar – el perímetro de lo privado- como lugar casi exclusivo para el desarrollo de los contactos personales, relegando para el espacio público de la ciudad la función de acotar un territorio de solidaridad cerrada y miedosa, absolutamente codificada, ajena a una economía abierta del deseo y, sobre todo, hermética frente a los avatares y las posibles experiencias que desplieguen complejidad y desorden. El espacio público derivado de este sueño de felicidad es pues un territorio delimitado por una suerte de barrera de precepto salvador con consecuencias directas: la aniquilación de situaciones de confrontación y exploración entre grupos particulares, la represión de todo lo que aparezca con atisbos de discrepancia y la exigencia de una vigilancia constante que garantice la monotonía comunitaria.
La raíz protestante de las sociedades opulentas las encierra así en una actitud defensiva frente al conflicto, a costa de un ahogo explicito de las libertades individuales; pero esta misma característica, perfectamente visible en el dictado del primer capitalismo, todavía se agrava con mayor intensidad en la era del llamado capitalismo cultural de hoy, instalado en la tarea de la fabricación masiva de una subjetividad de laboratorio. Si el capitalismo fordista estrangulaba la subjetividad individual cancelando el deseo y el impulso aventurero para garantizar una comunidad cerrada, el tardocapitalismo actúa con renovados mecanismos pero con la misma aspiración. Ahora, el gobierno de la subjetividad ya no se resuelve solo negando su pertinencia pública, sino utilizando una esfera pública dominada como escaparate de los patrones de subjetividad que han de animar el mercado. El espacio público se ha convertido hoy, no solo en el territorio de la utopía purificadora, sino en el escenario publicitario y mediático por el cual se canaliza una oferta de mercancías que diseñan de antemano los modos personales de ser y los mecanismos públicos del estar en la ciudad. El paisaje de las sociedades opulentas descritas por Sennett declinaba un espacio público casi silencioso; a su vez, en el panorama de las ciudades contemporáneas occidentales irrumpe un espacio público aparentemente ruidoso, pero la estridencia permitida es la que procede exclusivamente de los mensajes elaborados para el consumo. Ambos escenarios comparten la negación de cualquier imprevisto que pudiera dislocar el guión establecido, de modo que cualquier proyecto de réplica a esta imposición exige, en mayor o menor grado, una apología del desorden capaz de generar una “colección de situaciones sociales que debiliten el deseo de una existencia controlada” (8) . Es sobre este axioma que ha de interpretarse la tradición crítica del urbanismo fascinado por lo informal, de larga genealogía y en el interior de la cual ha de ubicarse la misma idea de Post-it City.
El propio Giovanni La Varra, tras evocar el increíble aterrizaje del joven Mathias Rust en la Plaza Roja de Moscú el 28 de mayo de 1987, reconoce que el substrato que permitió forjar la idea de Post-it City es la línea continua que traza un evidente parentesco entre las sugerencias situacionistas sobre el urbanismo unitario y las fiestas hippies en el Windsor Great Park de Londres de mediados los años setenta (9) . En ambos extremos palpita la necesidad de una reacción frontal al espectáculo y al consumismo de la sociedad opulenta que tanta literatura desencadenó en aquel momento (10) . Al fin y al cabo, se trataba de una exhibición de desordenes nutridos en lo que Sennett llamó un “modo tolerable de usar la riqueza y abundancia de los tiempos modernos [como] promesa de una mayor libertad personal y mayor conocimiento mutuo” (11) . Esta es la potencia latente, en efecto, en las situaciones ideadas por Guy Debord : un momento de vida construida de forma concreta y deliberada para la organización colectiva de un ambiente unitario y un juego de acontecimientos . El impulso lúdico, efectivamente, se convirtió en un componente fundamental para garantizar la eficacia de estas expectativas, por lo que planeaba tras esta apología del acontecimiento una explícita invitación a convertir la ciudad en una enorme cancha para toda suerte de prácticas urbanas. De ahí la vecindad implícita entre el détournement situacionista y las trazas dibujadas hoy por los skaters . El problema, como veremos, reside en la limitación que esta perspectiva conlleva para registrar fenómenos post-it arraigados en la marginación social (los puestos móviles para la venta ambulante ilegal, los rincones apropiados por los homeles y las prostitutas callejeras,…) y que, en consecuencia, no pueden equipararse con esos otros gestos neo-situacionistas, de evidente naturaleza antagónica pero anclados en el compromiso juvenil y opulento por despertar y ejercer una libertad posible.Los mecanismos de apropiación del espacio público en las ciudades contemporáneas responden a dos dinámicas distintas que, aún no siendo excluyentes, no exponen la misma problemática. Por una parte hay prácticas de disentimiento y, por otra, prácticas de supervivencia. Frente al primer tipo de prácticas – las emparentadas desde una perspectiva amplia con la tradición situacionista- el concepto de Post-it city puede actuar como una idea proyectiva; pero para las segundas debe ser un signo que otorgue visibilidad a los sibilinos nuevos formatos de racismo y exclusión que, de algún modo, exigen un análisis más vasto que el derivado del malestar.
La sugerencia de plantear la idea de Post-it City como proyecto significa reconocer y subrayar el potencial político de las situaciones construidas como practicas de disentimiento. Para decirlo de otro modo, de lo que se trata es de desvelar la naturaleza micropolítica – la no reproducción de los modos dominantes de producción de subjetividad (12) – de las “poetizaciones” elaboradas en el espacio urbano. El núcleo de esta posibilidad reside pues, abiertamente, en la lectura de los gestos post-it de disentimiento como noticias explícitas de una subjetividad regresada, cargada con todas sus habilidades y capacidades. Frente a las dinámicas impuestas por las que se diseña una subjetividad sin vida propia, las ocupaciones temporales del espacio público ideadas desde el ingenio, el reciclaje y la acción parasitaria, denotan una subjetividad singularizada, puesta en acto y dispuesta a instituir de forma autónoma un imaginario distinto del hegemónico. Esta es la posible promesa de la idea de Post-it city: abolir la ilusión comunal como objetivo y enfocar la atención en los mecanismos por los cuales la subjetividad aspira a una vida llena más allá del perímetro privado de la intimidad romántica, pero también más lejos del consenso comunitario. Ello convierte a estas prácticas, casi de forma ineludible, en actos de sabotaje, pero esta es precisamente su discreta semilla revolucionaria según la cual, gracias a este regreso poderoso de la subjetividad, esta podrá fundar y articular sus propios mecanismos de sociabilidad. Hay una extensa tradición en las ciencias sociales fascinadas por el desorden – capitaneados por la Escuela de Chicago y por Michel de Certau – que podríamos reconocer como la base de esta lectura. Las nociones que se han puesto en juego, con un talante absolutamente cercano a lo que ahora queremos reconocer tras la idea de Post-it City, son numerosas: La “ciudad imprevista”, la “dialéctica urbana”, los “furores urbanos”, la “ciudad practicada” (13) ,…pero quizás sea suficiente remitir a la conocida idea de heterotopía, formulada por Michel Foucault y definida como ese tipo de contra-emplazamiento donde se produce una yuxtaposición de elementos inicialmente incompatibles y donde se establece una ruptura del tiempo ordinario. La idea de Post-it City comparte las mismas características en calidad de ocupación inapropiada del espacio y, sobre todo, por sus apariciones y desapariciones ingobernables. En cualquier caso, lo más significativo ahora, en la voluntad de definir el perfil proyectivo de la idea de Post-it City, es que el paradigma de la heterotopia lo identificó Foucault con una nave cargada de promesas de aventura para sus corsarios (14) .
Post-it City como signo
Las intersecciones entre lo que distinguíamos como practicas de disentimiento y prácticas de supervivencia son muchas y muy ricas, pero ello no permite identificarlas sin más. Los vendedores ambulantes ilegales también están obligados a desplegar todo su ingenio para sobrevivir en el espacio público, pero sería un sesgo excesivo reducir su significación a esta habilidad. Para instalar la idea de Post-it City en una perspectiva capaz de consignar por igual a ambos tipos de prácticas, es necesario ampliar el alcance del “derecho a la ciudad” (15) más allá de la creación de un “arte del vivir” para dotarlo también de la capacidad de analizar la precariedad de clase. Ya no se trata solo de acertar a hallar en la superación del orden una vía para canalizar una libertad sin necesidad, sino de dirigir esa misma práctica hacia la desocultación de numerosas necesidades latentes. En esta última tesitura es donde Post-it City puede operar como signo.
La exigencia de adecuar la idea de Post.it City a la condición de herramienta para el desarrollo de una economía crítica de la precariedad social obliga, en primera instancia, a reconocer la magnitud con la que las ciudades contemporáneas han multiplicado sus códigos de exclusión. El capital reconfigura constantemente el espacio para flexibilizar la localización de activos y de recursos y, en el interior de esta dinámica, el escenario general de la ciudad es sometido a una radical especialización que, inevitablemente, provoca también una multiplicación de residuos condenados al riesgo y la marginación. La ecuación es, al fin y al cabo, bien sencilla: la progresiva conversión de la ciudad en el escenario de un “régimen de acumulación flexible ” (16) capaz de adecuar el espacio a la plusvalía (por ejemplo, mediante procesos de gentrificación), absorbe aquello que lo asimila y expulsa aquello que lo estorba. La consecuencia es un incremento de la desigualdad, abandonada como desecho o, en el mejor de los casos, gestionada como una amenaza. Es el mismo proceso que explica las causas por las que el discurso supuestamente democrático ha substituido el objetivo de los derechos sociales y del pleno empleo, por la apelación obsesiva a la vigilancia y al saneamiento de la esfera pública. Frente a esta realidad que disemina y multiplica la miseria para muy diversos colectivos, el único recurso se traduce en una temeraria ocupación del espacio público. En este contexto, convertir la noción de Post-it City en un signo comporta la doble tarea de ofrecer visibilidad a esta problemática e interpretar sus prácticas espaciales desde la legitimidad de lo apropiado.
La operación de dar visibilidad a la precariedad que subyace tras determinadas ocupaciones del espacio público es harto problemática. El archivo de casos que presentamos en este proyecto responde a la convicción sobre lo pertinente de este gesto; pero ello no exime de considerar que, en muchas ocasiones, es necesario mantener en la clandestinidad a determinadas prácticas para favorecer su delicada subsistencia. En cualquier caso, hemos intentado aproximarnos al tema con la cautela suficiente para que la visualización de determinadas situaciones, aún sin ponerlas en peligro, permita abordar lo fundamental: la falacia que supone apelar a la diferencia cultural para camuflar un problema que solo responde a una condición de clase social. En efecto, los fenómenos post-it susceptibles de interpretarse como practicas de supervivencia (ya estén protagonizados por la inmigración en las ciudades europeas, o por la comunidad boliviana en Sao Paulo, la peruana en Santiago de Chile o la hispana en Los Angeles) están estigmatizados por una retórica institucional que intenta gestionarlos como consecuencia de un simple conflicto entre identidades culturales distintas, sin reconocer que responden a una ordinaria jerarquía social en la que, inevitablemente, el choque se produce entre intereses (17) . Este tipo de discurso ha triunfado paulatinamente gracias a la apelación a una multiculturalidad que esconde la desigualdad tras una pátina de diferencias culturales que, como tales, podrían incluso consumirse como exóticas sin reparar en lo que padecen como simple producto de la subalternidad. Al dar visibilidad a las ocupaciones espaciales de supervivencia, efectuando un retrato completo, no de los rasgos exóticos de sus protagonistas, sino de su obligación a idear mecanismos flexibles para permanecer y sobrevivir en la ciudad, la literatura bondadosa sobre las curiosidades de la pluralidad cultural se tambalea y se abre así a una interpretación más acorde con su dimensión literalmente social.
La naturaleza social de determinadas ocupaciones temporales del espacio público, rescatadas ya de su falsa lectura culturalista, permite interpretarlas desde la perspectiva que las reconoce como ejercicio derivado de la necesidad; es decir, la perspectiva que convierte este tipo de apropiaciones del espacio en el acto de hacer escuetamente aquello que es “apropiado” (18) . Si el capital privatiza progresivamente el espacio público y las administraciones lo gestionan como una propiedad excluyente, la precariedad social derivada de este proceso, está legitimada para apropiarse de los recodos que todavía queden a su alcance para responder apropiadamente a sus más imperiosas necesidades. Bajo esta consideración, quedaría pues cuestionada la eficacia de los discursos reformistas clásicos que, frente a la proliferación de actividades irregulares en el espacio público, pretenden regularlas para favorecer así su incorporación a la ciudad formal. Esto es lo que sucede con especial énfasis en las ciudades latinoamericanas, en las que la magnitud de la economía callejera alcanza unos niveles muy importantes (19) , pero en las que las tentativas de normalizarla no hacen mas que ahondar en la paradoja de obligar a cumplir las reglas del juego a quienes, en buena parte, continúan privados de las condiciones materiales que les habría de permitir jugar en igualdad de condiciones. No es lícito obligar a la precariedad a comportarse adecuadamente en el interior de un modelo social organizado a la sombra de la acumulación. Si el espacio público tradicional invocaba una suerte de pacto entre el interés privado y el bien común, la esfera pública contemporánea esta infectada por tal multiplicidad de exclusiones que la desobediencia ya no puede considerarse ajena al juicio de lo justo. Post-it City es un archivo de prácticas desobedientes, también, en este estricto sentido.
1. Giovanni La Varra. “Post-it City: Los otros espacios públicos de la ciudad europea”. AAVV. Mutaciones. Actar/ ac en rêve centre d’architecture. Barcelona,2001. pp 426- 431.
2.Para reconstruir la perspectiva con la que hemos interpretado el concepto pueden consultarse los textos introductorios de www.ciutatsocasionals.net ; así como los artículos: M.Peran. “Ciutats Ocasionals”.Butlletí n.12. CASM. Barcelona, 2005 (también en SPAM_arq 4. Santiago de Chile,2006 .pp.61-62) y M.Peran.”Divergencias Latinoamericanas” summa+93. Buenos Aires, 2008.p128.
3.Kevin Lynch. La buena forma de la ciudad. Gustavo Gili. Barcelona, 1980.
4.M.Davis. City of Quartz. Vintage Books. New York, 1992.
5.Véase al respecto de este proceso histórico Hannah Arendt. La condición humana. Paidós. Barcelona,1983. especialmente pp-50-52.
6. Richard Sennett. La conciencia del ojo. Versal. Barcelona,1991.
7.Richard Sennett. Vida urbana e identidad personal. Peninsula. Barcelona,2001. especialmente pp 67-ss.
8.Richard Sennett. Idem. p.162.
9.Véase Arqueología Post-it City en http://www.ciutatsocasionals.net/archivocastellano/arqueopostit/arch_postit.htm
10.El mismo año de la publicación de La Sociedad del espectáculo (1967)de G.Debord, Rauol Vaneigem editaba su Traité de savoir-vivre à l’usage des jeunes générations.
11. Richard Sennett. Idem. p.241 y p.269.
12.Félix Guattari/ Suely Rolnik. Micropolítica. Cartografias del deseo. Tinta Limón/Traficantes de sueños. Buenos Aires,2005. p.189
13Paolo Cottino. La ciudad imprevista. Ed.Bellaterra.Barcelona,2005; Andy Merrifield. Dialectical Urbanism. Monthly Review Press.New York, 2002; Jean Paul Dollé. Fureurs de ville. Ed Bernard Grasset.Pris,1991; Manuel Delgado. El animal público. Anagrama.Barcelona,1999.
14. La naviere, c’est l’hetérotopie par excellence. Dans les civilisations sans bateaux les rêves se tarissent, l’espionage y remplace l’aventure, et la police, les corsaires. Michel Foucault. “Des espaces autres. Hétérotopies”. Dits et écrits.I.1954-1975. Gallimard.Paris,1984.
15. Henri Lefebvre. Espacio y política: El derecho a la ciudad. Peninsula. Barcelona,1976.
16. Para reconstruir este proceso, véanse los trabajos de David Harvey, en especial: La condición de la posmodernidad. Investigación sobre los orígenes del cambio cultural. Amorrortu ed. Buenos Aires,1998.
17.Manuel Delgado ha expuesto esta cuestión con especial clarividencia en el contexto de Barcelona (Elogi del vianant. Del “model Barcelona” a la Barcelona real. Edicions de 1984.Barcelona,2005; “Barcelona y la diversidad”,AAVV. Quórum. Institut de Cultura. Barcelona,2005.pp 253-257)
18.Utilizamos el concepto desde la conocida distinción marxista entre los binomios Propiedad/Privatización y Apropiado/Apropiación.
19. vease www.streetnet.org