Sigismond de Vajay/ Martí Peran. Un ou plusiers loups…Editions art&fiction. Lausanne, 2006
Tender una trampa exige sigilo y traición. Debe instalarse como un anzuelo que atraiga y engañe a la presa. Sin embargo, lo más traicionero de la trampa es que traslada a la victima la responsabilidad de caer en ella.
La trampa eficaz irrumpe de forma anónima y sin autoría. Ninguna huella delata al buen tramposo. De ahí que la trampa represente un episodio en la muerte del autor.
La trampa no es un anuncio de muerte sino un espectáculo en diferido. Es un pequeño patíbulo donde se consume la muerte ya acontecida.
No hay nada más esperanzador que una trampa ya disparada y vacía.
Caer en la trampa se supone que conlleva un exceso de ingenuidad. Pero el mayor in-genio del tramposo es el que ha de salvarlo de caer en su propia trampa.
Las trampas son silenciadores de la conciencia; un pretexto para acallar el grito del horror. Por eso las trampas regularmente matan degollando, reduciendo la muerte a cuerpos sin quejido.
Existen trampas cuando a los otros se les asigna el papel de presas. La trampa es un instrumento para subordinar y jerarquizar las relaciones.
La trampa es un simulacro que, con un anzuelo real, substituye a la misma realidad.
La grande machine sociale es una estructura tramposa en la que alternamos el papel de cazador y de presa.
La trampa cultiva la cultura de la sospecha aunque sospechar no comporte plantar trampas.
La trampa es la más primitiva ingeniería de la violencia.
Las pequeñas trampas suelen idearse como un mecanismo de defensa frente a los parásitos que infectan nuestra privacidad. La trampa forma parte del mobiliario del intérieur .Con las trampas se cancela progresivamente el universo público supuestamente plagado de roedores.
Es muy fácil olvidar las trampas colocadas tiempo atrás. De ahí que haya tanto cazador cazado.
El constructor de trampas no es un artesano en extinción. Hoy hay departamentos profesionales para formar en el arte de la trampa.
La trampa es uno de los secretos para sostener el glamour.
La trampa tiene algo de riesgo necesario. Incluso para permanecer en la cueva es imprescindible salir a por víveres y sortear todas las trampas.
Utilizar la trampa como una metáfora de la vida es una trampa vulgar.
Las trampas hoy ya no son artilugios metálicos para ahorcar a una sola presa, sino una red de lenguaje para atrapar a una multitud.
La mejor trampa es aquella en la que la victima desconoce que permanece atrapada.
Colocar trampas es de mal cazador y sortear todas las trampas comporta convertirse en la presa más deseada por el buen cazador.
Las trampas son armas con las que se resuelven guerras no declaradas. Se instalan buscando al enemigo bajando la guardia.
No se debe confundir el truco con la trampa. El primero persigue un beneficio propio y la segunda contiene un impulso de daño ajeno.
Es probable que exista un cuento donde se explique que las trampas son las piedras sobre las que cruzar los ríos.
“Sólo el niño y el animal son inocentes; el hombre debe tener culpa” (1) . El hombre, responsable del vivir, debe acarrear la pena que conlleva la vida: el morir. “Vivir no es otra cosa que estar en trance de morir a cada momento” (2) . La condición natural es pues la del culpable y condenado (3) . El resto es una simple vanitas. Este es el supuesto escenario inamovible frente al que no cabe ninguna trampa. Esta es la emboscada. La trampa es el objeto para la hora certa.
1. Hegel. Lecciones sobre filosofía de la historia universal. (1840) Alianza.Madrid,2005
2.B.Gracián. El Criticón (1651)
3.G.Bataille. Le Coupable.Paris.Gallimard,1973